La Calzada de Tlalpan, construida por xochimilcas tras guerra con mexicas

• Tlacaelel ordenó hacer una calzada desde Xochimilco hasta México~Tenochtitlan

Por Rodolfo Cordero López* | Revista Nosotros Núm. 39 | Junio de 2001

Fray Diego Durán narró lo siguiente: Posteriormente a la destrucción de Coyoacan por los mexicas, los xochimilcas recelaron, y algunos de corazones inquietos se levantaron contra los mexicanos «quienes les mostraban la misma afición y afabilidad, conversación y buen rostro». Aquellos xochimilcas dijeron: «Estamos temerosos de que los mexicanos, tan victoriosos pretendan asegurarnos, y sin sentir, nos tomaran nuestras tierras y casas, para desposeernos de nuestras haciendas y hacernos sus terrazgueros. De parecer somos que sin guerra, ni contienda, vamos a ponernos en sus manos y les ofrezcamos nuestra ciudad y bienes…»

Los señores que hablaban eran dos, «uno de la cabecera de Xochimilco llamado Yacaxapo tecuhtli, y el otro de la  Milpa (Alta) que se llamaba Pachimalcatl tecuhtli. Los principales preguntaron: ¿Qué destino es el que me decís? ¡No se ha de hacer tal cosa, ni imaginar que nos vamos a poner en las manos de los mexicanos! ¡Buenos quedaríamos los señores! Y con buena honra, que de señores vengamos a ser vasallos y serviciales de los mexicanos y a que me manden con el pie, y que les vamos a dar aguamanos. ¡No sería honra nuestra!»

Fray Diego Durán, en el capítulo XII de la Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de la Tierra Firme (Tomo II, Porrúa, México, 1984, 105~113), nos da una fiel imagen guerrera de los xochimilcas, dispuestos a defenderse de las guerras de conquista de los mexicanos al mando de Itzcoatl y Tlacaelel. ¡No sería honra nuestra!, dijeron los señores de Xochimilco y de la Milpa, entregarse así a los mexicanos.

La osadía terminó con la derrota de Xochimilco y la orden para que los xochimilcas construyeran una calzada que llegase a México~Tenochtitlan, que siglos después sería la Calzada de Tlalpan.

Pero sigamos haciendo un extracto del capítulo subrayado de la obra de fray Diego Durán.

«Confederados los xochimilcas, la determinación de guerrear fue un acuerdo hecho. Sin embargo, de las indígenas mexicanas que acudían a vender sus productos a los mercados, los de Xochimilco los adquirieron para hacer una reunión y banquete, aconteciendo un prodigio espantoso que los orillaría a cumplir con aquella firme determinación: la guerra».

Los xochimilcas quedaron atónitos, pues estando sentados para comer, los manjares de las indígenas mexicanas se les volvían pies y manos de hombres, brazos cabezas, corazones de hombres… entendiendo los agoreros que eso significaba la destrucción de su ciudad y la muerte de muchas gentes. «Los señores alborotados empezaron a decir: ¡Ah, señores que somos perdidos y sin remedio! ¡Por tanto, xochimilcas, aparejaos para morir, porque la nobleza de Xochimilco ha de perecer, como la de Azacapotzalco y la de Coyoacan!»

Y la situación se dio cuando los mexicanos pidieron a Xochimilco piedras y madera para el edificio de Huitzilopochtli. Cuauhquechol, señor de Xochimilco, y otro llamado Tepanquizqui, se negaron argumentando que no eran vasallos, esclavos o mozos de los mexicanos.

Los mensajeros de México dieron la respuesta áspera a los xochimilcas a Itzcoatl, quien mandó que ningún mexicano traspasara los límites de Xochimilco.

Los xochimilcas entraron en consejo y hubo quienes propusieron dar las piedras y la madera que solicitaban los mexicanos. Yacaxapo tecuhtli se negó diciendo que sería un acto infame para los macehuales y la gente por no defenderlos de quienes quisieran sujetarlos, declarando que si les ganaban en buena guerra no habría quien se quejase de los señores, y así fue acordado. De tal manera que, pasando por la montaña xochimilca algunos comerciantes mexicanos con sus cargamentos de algodón que traían de Cuauhnáhuac, guerreros xochimilcas arremetieron a ellos maltratándolos y quitándoles las mantas y todo cuanto llevaban.

Los comerciantes se quejaron ante Itzcoatl, quien prometió la venganza y la restitución de lo robado. Itzcoatl ordenó a cinco señores y cinco soldados destruir la primera sementera en los términos de Xochimilco, y así lo hizo.

Itzcoatl y Tlacaelel acordaron en el consejo enviar a dos de sus grandes señores, Tecultécatl y Axicayo, hombres valerosos y de mucha estima, en embajada a los señores de Xochimilco, diciéndoles que mirasen la determinación que habían tomado.

A Ticoapan llegaron, saliendo a su encuentro muchos guerreros de Xochimilco, con sus armas y divisas, espadas y rodelas, prohibiéndoles la entrada, pues la decisión era destruir a los mexicanos, resolución de toda la tierra xochimilca.

Itzcoatl y Tlacaelel se dieron a la tarea de llamar a los principales capitanes de los ejércitos, y empezaron a juntar y a prevenir a la gente, y a hacer pertrechos de guerra, por ser la gente xochimilca numerosa y además valerosa.

El fraile Durán narra la batalla:

«26. Apercibidos ya todos y las cosas necesarias, Tlacaelel hizo reseña de la gente en un lugar llamado Tecayac. Y, escogiendo la gente que mejor le pareció de los más valerosos soldados y más dispuestos hizo una plática. Señores y valerosos soldados, toda la nación xochimilca está con nosotros, que, en su comparación y número, somos casi nada. No os espante la multitud: esfuerzo es y ánimo el que nuestros enemigos están muy cerca de aquí, en un lugar que se dice Ecolco, y allí ha de ser la batalla…»

Los mexicanos dispuestos a vencer o morir marcharon en orden.

«28. Llegados a la vista de los enemigos, haciendo alto, los xochimilcas alzaron gran alarido y vocerío, diciendo: ¡Venid! ¡Venid!, mexicanos, que vuestro fin es llegado. Los cuales eran tantos el número de ellos que cubrían los llanos, y era tanta la riqueza que en las armas y divisas y en las rodelas teñían, el oro, joyas, piedras y plumas, que relumbrando con el sol, hacían gran resplandor con los rayos que de ellos salían, con tanta diferencia de armas, verdes, azules, coloradas, amarillas, negras… Finalmente de todos los colores, que era contento verlos».

«Arentgados los mexicanos empezaron a disparar varas y flechas, con tanta furia y prisa que cubrían el sol, y fue tanto el vocerío que hundían los valles. A poco rato, los xochimilcas desampararon el llano, a pesar de las arengas de sus capitanes que los mantenían en pie».

Los mexicanos rompieron los escuadrones de Xochimilco y los llevaron poco a poco hasta un lugar que llaman Xochitepec. Tlacaelel se subió al cerrillo y a grandes voces dijo: «¡Ea!, mis valerosos mexicanos, que la victoria es nuestra, no os fatiguéis mucho, poco a poco mueran, sean destruidos los que, sin debérselo nos han querido destruir».

Los xochimilcas se replegaron a una cerca o albarrada que para la defensa de la ciudad tenían. Viendo las arremetidas de los mexicanos, los señores de Xochimilco dijeron al ejército mexicano que ejecutaran su ira y furor en los que alguna culpa tenían, sin permitir que los viejos y los niños perecieran, ni la ciudad fuese saqueada, ni destruida, poniendo al servicio de los mexicanos toda la riqueza de la ciudad, reconociendo haber sido vencidos en buena guerra.

Los mexicanos respondieron que no creían en las promesas de los xochimilcas, y levantando el alarido, con las armas en la mano gritaban: «¡Mueran los traidores, que no quede hombre con vida!»… Los xochimilcas convencieron al fin a los señores mexicanos prometiendo ser sujetos hasta la muerte.

Tlacaelel mandó bajar las armas, viendo a los enemigos rendidos. Cesó la conti4enda y todos, sin entrar en la ciudad, dieron vuelta a México, quejándose los soldados de no haber saqueado a Xochimilco, una de las más ricas ciudades de la tierra.

Tlacaelel, entonces, mandó a los de Xochimilco hacer una calzada de tres brazas de ancho, desde Xochimilco hasta la Ciudad de México, de piedra y tierra, cegando el agua, con puentes o trechos.

Los xochimilcas mandaron a toda la nación xochimilca, «pues corre más de 20 leguas, hasta un pueblo que se dice Tochimilco (Atlixco, Puebla), por otro nombre Ocopetlayucan. Oída la voz, acudió toda esta nación a hacer la calzada que hoy en día se anda de la Ciudad de México a Xochimilco». Cabe indicar que a petición de los de Xochimilco contribuyeron a la cimentación de la Calzada de Tlalpan los de Coyoacan.

La obra de construcción y trazo de sur a norte, con un adorno a Huitzilopochtli (Churubusco), refiere el fraile Diego Durán, fue hecha con estacados, piedra y tierra sacadas de la laguna como céspedes, y subraya: «…no tardando en ella muchos días, por la innumerable gente que en ella andaba». ♦

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* Cronista de Xochimilco

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