El gentilicio xochimilca y su significado

• No fue exclusivo de los residentes del Xochimilco lacustre debido a que el territorio era tan extenso que llegaba hasta los límites de Atlixco, Puebla, y a Cuautla, Morelos, poblados prehispánicos, donde los nigrománticos, hechiceros y magos aún existen

Por Rodolfo Cordero López | Revista Nosotros, Núm. 41 | Septiembre de 2001

Fray Jerónimo de Mendieta, español nacido en Victoria, provincia de Alava, verificó su viaje a la Nueva España e hizo cuatro meses en la navegación, llegando a fines de 1554. Fue destinado al Convento de Xochimilco donde estudió artes y teología, teniendo por maestro al angélico varón fray Miguel de Gornales, deseos de ayudar a la instrucción religiosa de los naturales[1].

En las páginas 66 y 67 del capítulo XVIII de la Historia eclesiástica indiana, el fraile Mendieta da una imagen histórica de la amalgamación religiosa del catolicismo del siglo XVI y el idolatrismo (sic) persistente después de la destrucción de México~Tenochtitlan, conceptuando a los sobrevivientes depositarios de la prehispánica tradición como xochimilcas.

Vendedora de tunas en Xochimilco

Aquel fraile dice:

«Así como se iban haciendo las iglesias de los monasterios, iban poniendo el Santísimo Sacramento, y por lo consiguiente, cesando los aparecimientos e ilusiones del demonio que antes de esto eran muy continuos (Huitzilopochtli). Porque viéndose el desventurado privado de los servicios y sacrificios con que de tan innumerable gentío y por espacio de tantos años había sido obedecido y reverenciado, no lo podía llevar en paciencia, y así aparecía a muchos en diversas formas y los traía en mil maneras de engaños, diciéndoles que por qué no le servían y adoraban como antes solían, pues era su dios, y que los cristianos presto se habían de volver para su tierra. Y así lo tuvieron creído los primeros años, y de cierto pensaban que los españoles no estaban de asiento en esta tierra, sino que habían venido para volverse. Y persuadíanse a ello viendo la prisa que se daban a recoger el oro y la plata y otras cosas de precio y estima que podían haber; y así esperaban este día de su partida. Otras veces les decía el demonio que aquel año quería matar a los cristianos. Otras veces les persuadía que se levantasen contra los españoles y los matasen, que él les ayudaría. Y a esta causa se movieron algunos pueblos y provincias a rebelarse, y les costó caro, porque iban sobre ellos los cristianos, y mataban y hacían esclavos a muchos. Otras veces los amenazaban los demonios (ídolos) que no les había de dar agua ni había de llover, porque los tenía enojados. Y en esto más claro que en otras cosas mintieron, porque nunca tanto ni tan bien llovió en los tiempos de su infidelidad, ni jamás tuvieron tan buenos años de cosechas y fertilidad, como después que se puso el Santísimo Sacramento que antes apenas pasaban dos o tres años que no tuviesen otro de esterilidad y hambre. Para esto también tuvo el demonio sus ministros que le ayudaban, hechiceros y embaucadores que andaban de secreto por los pueblos, persuadiendo a la gente simple lo que el enemigo les enseñaba. Y a los que les creía y eran bautizados, les lavaban la cabeza y el pelo, diciendo que les quitaban la crisma y olio santo que habían recibido en el bautismo. Más los que se hallaban de estos hechiceros (que fueron muchos) eran castigados por los ministros de la iglesia. Y por mucho que el demonio se esforzó, Jesucristo lo desterró del reino que aquí poseía; y donde antes dos eran suyos, ahora no hay endemoniados como los hay en otras partes. Y aunque hubo nigrománticos que encantaban a muchos, y hechiceros que mataban a otros y hacían otros daños, no pudieron impedir a los cristianos. Y espantados de esto, decían que los que habían venido eran xochimilca (que así llamaban a los muy sabios encantadores)…»

Pueblo de Xochimilco

Queremos ver en este párrafo a los xochimilcas del siglo XVI como representantes que asumieron la responsabilidad de su idolatría destruida, haciendo uso de la persuasión para no dejarse dominar por los españoles. Xochimilcas dignatarios de la resistencia, dispuestos a no doblegarse.

Sin embargo, el término xochimilca no fue gentilicio exclusivo de los residentes del Xochimilco lacustre que conocemos, supuesto que, su territorio era tan extenso que llegaba a los límites de Atlixco, Puebla, hacia el oriente; los pueblos del norte de Cuautla y del estado de Morelos hacia el sur, también de origen xochimilca. Poblados prehispánicos de esta geografía donde los nigrománticos, encantadores, hechiceros, embaucadores, sabios y magos todavía existen. Los iniciados, los merecedores, los que antes de ser sacerdotes son hechiceros y magos que invocan a las fuerzas ocultas de la naturaleza, y efectúan sacrificios, encantamientos y ceremonias adivinatorias. Los que manejan los fenómenos de la naturaleza, a los seres y cosas. Brujos que practican ritos, llamados así por Hernando Ruiz de Alarcón en su Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas, lamentándose que a cien años de la conquista de México, la religión prehispánica, con su conjunto de creencias, ritos y tradiciones, aún permanecía viva especialmente en aquellos pueblos poco comunicados con el área central de la Nueva España.

Trajineras en Xochimilco

Estos singulares, extraños, únicos xochimilcas practicantes de ritos y abluciones, se transformaban en águilas o jaguares, en perros (…), fueron maestros que se aventuraban por los campos al florecimiento del alba, para encontrar sus hierbas medicinales, a la salida del sol, porque sabían de la existencia de una mística unión entre la hierbas curativas y los rayos matinales de Tonatiuh. Juan Badiano y Martín de la Cruz con el Herbario azteca así se hacen merecedores del justo adjetivo de xochimilcas.

Mujer con flores en canales de Xochimilco

Las tierras, los bosques y las sierras; las lluvias, el viento y el granizo, son elementos que divinizaron al Callo Volcánico de la Iztaccíhuatl, así también al Popocatépetl humeante desde hace siglos, prominencia idolátrica indígena de Chalchiuhtlicue Iztaccíhuatl, la de la falda de verde jade formada por los bosques de coníferas. De Tláloc~Popocatépetl el dios benefactor dador de los mantenimientos. La sierra nevada con grutas donde hoy todavía llegan los hechiceros, magos para pedir las lluvias bienhechoras, cuidando de no arrancar la cólera de Tláloc que les daría la sequía, el granizo, el hielo y el rayo. Cuando el Popocatépetl humea es Tláloc el que monta en cólera. Lo saben los graniceros, los teciuhtlazque, los nigrománticos herederos de la estirpe xochimilca, que para estar en contacto con los dioses tienen que ser electos y coronados por el rayo. Por eso a Tláloc se le representa con una jarra de jade de la que sale agua, mientras que con la otra mano, la izquierda, sostiene a una serpiente, símbolo del relámpago.

Paisaje típico de Xochimilco

Pero no sólo Tláloc y Chalchiuhtlicue fueron venerados por los xochimilcas. En el libro Naturaleza y sociedad en Chalco~Amecameca[2] nos deja la siguiente cita:

«7. Al sureste de San Gregorio Atlapulco (Xochimilco) se veneraba el ojo de agua de Tlilac, el cual era servido por los Tetlachihues (hechiceros o brujos). A este ojo de agua se le atribuían virtudes curativas al igual que un árbol llamado también Tetlachihue, situado al noroeste del mismo pueblo».

El autor encontró esta cita en las notas mecanoescritas anónimas depositadas en el Archivo Parroquial de San Pedro Tláhuac, en 1932.

Fray Juan de Torquemada, quien utilizó los escritos de fray Jerónimo de Mendieta, en el libro quince, página 38, capítulo XVI de Monarquía Indiana, dice:

«…En nuestro hispanismo, en el cual conocemos hechiceros y brujos, los cuales son castigados a cada paso, por el Santo Oficio; y no porque entre tantos buenos hay estos malos, por eso los buenos, son menospreciados; que la culpa, que uno comete en particular, no es razón que sea castigada generalmente en un reino. Así que no es maravilla, que entre estas gentes aun haya algunos de estos; y no porque los haya han de ser tenidos todos por tales; que entre los cristianos buenos no pierden los que lo son, porque haya y vivan a su sombra, algunos que son malos».

Xochimilco

«Lo que sí hallaban de estos hechiceros eran castigados por los ministros de la iglesia y ahora también lo son, si se halla alguno, porque la Santa Inquisición aun no conoce en los indios de estos casos (…) Y aunque hubo nigrománticos que encantaban a muchos y hechiceros que mataban a otros y hacían otros daños no pudieron impedir a los cristianos y espantados de esto decían que los que habían venido eran xochimilca, que así llamaban a los muy sabios encantadores, y los ídolos nunca más les dieron respuestas».

En el libro sexto de Monarquía Indiana, página 60, fray Juan de Torquemada habla acerca de los dioses xochimilcas:

«Los lapidarios (que son los que tenían oficio de labrar piedras preciosas, de los cuales hay ya muy pocos) tenían cuatro dioses, fingiendo ser dos varones y dos mujeres. Uno se llamaba Chicunahuiitzcuintli, que quiere decir nueve perros; el otro se llamaba Nahualpilli, que quiere decir caballero encantador o hechicero (…) Las diosas se llamaban, una, Macuilcalli, que quiere decir cinco brasas, y la otra, Centeutl, diosa de las mieles. A ellos cuatro fingidos dioses hacían ellos lapidarios fiesta cada año, en el día cuando el signo llamado Chicuhnahuiitzcuintli venía en la cuenta del Arte Adivinatoria (…) Esta idolatría y engaño se comenzó en la ciudad de Xochimilco, y como de allí se trajo a esta de México, todas las flores que se gastaban en su servicio, y fiestas, eran traídas de allá, que hay muchas y muy lindas».

De la Historia general de las cosas de la Nueva España, de fray Bernardino de Sahagún[3], copiamos lo siguiente:

«1, Los lapidarios que labraban piedras preciosas en tiempo de su idolatría aodoraban ciatro dioses (…), el primero se llamaba Chiconahui Itzcuintli; el segundo, Nahualpilli; el tercero, Macuilcalli, y el cuarto Cinteotl».

«2. A todos estos dioses postreros hacían fiesta cuando reinaba el signo o carácter Chiconahui Itzcuintli (…)»

«6. Dicen que estos dioses atribuían hacer barbotes y orejeras de piedra negra, y de cristal, y de ámbar, y otras orejeras blancas; y ajorcas, y sartalejos que traen en las muñecas, y toda la labor de piedras, decían que estos las habían inventado, y por esto les hacían fiesta los oficiales viejos, y todos los demás lapidarios, y de noche decían sus cantares (…)»

«7. Esto se hacía en Xochimilco porque decían que los abuelos y antecesores de los lapidarios habían venido de aquel pueblo, y de allí tienen origen todos estos oficiales».

En suma, los lapidarios, muy sabios embaucadores, los teciuhtlazques (…) fueron xochimilcas, de atributos y prodigios y hechos insólitos, con personajes como los siguientes:

La Tenantepetl del Ajusco. Esta hechicera y extraordinaria mujer fue defensora de los xochimilcas; se dice que con una bola de algodón que arrojaba, con el estallido y la luz de un relámpago, hacía desaparecer a miles de enemigos. De esta narrativa, durante el siglo XVIII se hacía mención de la ceremonia del Palo Volador que los naturales de Xochimilco acostumbraban hacer en una cueva del Ajusco. Coinciden los hechos con el relato del Manuscrito de la Biblioteca Nacional, del informe de fray Francisco Antonio de la Rosa Figueroa, del 14 de junio de 1766, al Provisor e Inquisidor General de Indios, don Manuel Barrientos, en orden de los abusos, supersticiones e idolatrías y otros excesos acostumbrados por los indios.

La campana de la Catedral Metropolitana. Se sabe que Cuitlalpitoc (enano) se llevó una campana que había sido fundida para la parroquia de San Bernardino de Siena, Xochimilco. Solicitada por la Mitra, Cuitlalpitoc se montó en esa campana y le dijo: «¡Anda! ¡Vamos a México!» Y la campana con aquel sabio de de Chililico voló hasta la catedral de México, donde aquel sabio la sujetó con tules.

La piedra del campanario de la iglesia de San Bernardino de Siena. La tradición oral dice que los españoles sabiendo los prodigios de los xochimilcas, los retaron diciéndoles que si de verdad eran muy sabios, que fueran a España y allí les regalarían una piedra para la torre de la iglesia de Xochimilco. Se dice que los sabios de Chililico (barrio de la Santísima Trinidad) llegaron a España, se entrevistaron con las autoridades pidiendo la piedra que les habían ofrecido y una noche volaron con ella atravesando el océano.

La construcción del convento franciscano de San Bernardino de Siena. Esta construcción se hizo con piedras de los cerros de Milpa Alta, mediante un intercambio de agua por piedras. Las piedras las trajeron volando y el agua la llevaron en calabazos. Estos xochimilcas fueron practicantes de la levitación y de la telequinesia. Controlaban la gravedad de la tierra y podían mover objetos a distancia. Relatos similares distinguen a Cuauhtémoc y sus acmpañantes, quienes en Chiapas, por órdenes de Hernán Cortés, para la construcción de un puente derribaron y construyeron el puente con troncos, varios cientos o miles moviéndolos a distancia. Fray Diego Durán nos dice algo similar cuando Moctezuma II ordena traer una enorme roca de Tenango del Aire, poblado cercano a Amecameca, para construir una piedra de sacrificios llamada Temalacatl. A duras penas, empujándola, arrastrándola, llegaron a San Antonio Abad (Calzada de Tlalpan), ahí cayó la roca derribando un puente, hundiéndose en el fango desapareció para ser localizada en el lugar en el que se encontraba en el poblado de Tenango; ella, la piedra, se negó a llegar a México~Tenochtitlan.

Las Tlahuipochas. Tlahuipuchtli. Estos personajes, mujeres y hombres distinguidos en la hechicería, se transformaban en enormes pájaros que arrojaban fuego por la boca, como poderosas lámparas. Revoloteaban por las colinas y cerros de San Mateo Xalpa, Santa Cecilia Tepaltlalpan y el Xochitepetl; hacían maldades. El fraile Diego Durán nos da la certeza de estas enormes aves humanas, en su relato en Historia de las Indias de la Nueva España (Biblioteca Porrúa, número 36, México, 1984), en presagios de la destrucción de Tenochtitlan. Menciona a una enorme águila que transporta, sujetándolo con sus garras, a un campesino para que viera a Moctezuma II dormido dentro de una cueva, en tanto en las costas veracruzanas atracaban las naves españolas.

Los Teciuhtlazque. Estos xochimilcas fueron manipuladores de la lluvia y del granizo. La narrativa oral refiere que estos insólitos hechiceros, nigrománticos conocidos como graniceros, libraban combates arrojándose entre ellos las tormentas.

Los Ticitl. Fueron hombres prodigiosos como curanderos con yerbas, estudiados por José Pérez de Barradas en Plantas mágicas americanas, libro editado por el Instituto Bernardino de Sahagún[4]. En la página 121 Motolinía refiere lo siguiente:

«Han hecho los indios muchos hospitales a donde curan a los enfermos y pobres. Tienen sus médicos de los naturales experimentados, que saben aplicar muchas hierbas y medicinas, que para ellos basta; y hay algunos de ellos de tanta experiencia, que muchas enfermedades viejas y graves que han padecido los españoles sin hallar remedio, estos indios les han sanado».

José Pérez de B<arradas, en la página 120 de su libro nombra los célebres jardines botánicos mexicanos: Tenochtitlan, Chapultepec, Tezcotzinco, Iztapalapan, Huaxtepec, que se crearon antes de los de Padua y Pisa, los más antiguos de Europa.

El protemédico general de todo el mundo nuevo. Francisco Hernández, médico del rey de España Felipe II, en su obra magna, Historia natural de las Indias, dio a conocer el estudio que hizo de las plantas medicinales de México en 17 tomos con dibujos en color hechos por indígenas. Lamentablemente esa obra se quemó estando depositada en El Escorial.

En México, Francisco Jiménez publicó en 1615 un compendio del trabajo del protomédico Francisco Hernández, con el título de Cuatro libros acerca de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales que tienen uso medicinal en Nueva España. Todas esas investigaciones dan crédito a los ticitl como sabios empíricos fundadores de los primeros jardines botánicos del mundo.

Concluimos que el gentilicio xochimilca es una distinción heredada de aquel fantástico cosmos prehispánico ya extinto para los descendientes de aquellos naturales, y avecindados en Xochimilco que lo aceptan. Mujeres y hombres que por sus facultades requeridas por los cronistas de los siglos XVI y XVII, nos sorprenden, pues son inusitadas, extrañas, extraordinarias, asombrosas. ♦


[1] Historia eclesiástica indiana. Tomo 1 de 3, capítulo XVIII. Editor Salvador Chávez Hayhoe, México, 1945.

[2] García Mora, Carlos. Naturaleza y sociedad en Chalco-Amecameca. Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, p. 72.

[3] Historia general de las cosas de Nueva España. Fray Bernardino de Sahagún. Editorial Porrúa. México, 1982, pp. 516-517, capítulo XVII.

[4] Madrid, España, 1957.

Portada de la Revista Nosotros Núm. 41, correspondiente al mes de septiembre de 2001

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