Los bandidos sociales en Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco en la Revolución
Por Manuel Garcés Jiménez* y René Vázquez Reyes** | Revista Nosotros, Núm. 54 | Octubre de 2002

El período de Porfirio Díaz se caracterizó por el fortalecimiento del terrateniente con el despojo arbitrario de la tierra que el campesino laboraba, lo que trajo como consecuencia condiciones infrahumanas de extrema pobreza en el grueso de la población, maniatada al hacendado que pagaba al campesino muy poco por su fuerza de trabajo en más de 10 horas de trabajo y sin descanso los fines de semana. Además, tomemos en cuenta que en muchos de los casos se pagaba con lo que tenía la tienda de raya, ya fuera en especie o aguardiente. Esto originó el surgimiento del «bandido social», cuyo objetivo fue robar al hacendado, al terrateniente y al comerciante.
Al estallido de la Revolución varios de esos bandidos se sumaron al ejército zapatista, otros más quedaron al acecho para continuar con sus tropelías. Ante esa situación unos grupos merodearon el sur del Distrito Federal, mientras otros se establecieron en la zona de Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco.
Los caminos reales que convergían al estado de Morelos eran preferidos de los bandoleros, estaban bien informados sobre los días y horas en que pasaría tal o cual cargamento, bien fuera oro en lingotes o dinero, maíz, frijol, pulque u otros productos, que incluso podían ser comprados por los propios comerciantes.
Imaginemos por un momento esas regiones con sus veredas, caminos reales, de herradura, empedrados y otros más de simple tierra suelta, donde los días calurosos causaban estragos y el temor en la gente por los bandidos era permanente. Empecemos por analizar a los bandidos o bandoleros del México prerrevolucionario, cuando el historiador W. Paul Vanderwood describe a los bandidos sociales. «No sólo son hombres, también son mitos. La rutina del forajido, su constante fuga de la ley, la ocultación por tiempo indeterminado en escondites carentes de comunidades y persistente temor a la traición de algún camarada no parece impedir la admiración de que se les rodea. El modo de vivir de los bandoleros no podría considerarse bueno, puesto que vivían en las montañas, cuevas o pueblos localizados en la sierra»[1].

Asimismo, Vanderwood, en su estudio acerca del bandidaje social en el siglo XIX, utilizó el análisis derivado de la hegemonía de aquellos años de testimonios de viajeros, así como de documentos de archivo. Su estudio comprende la región norte y sur de la República Mexicana. La prosa empleada en la descripción de los hechos es amena, además, analiza a cada uno de los personajes en su hábitat natural. Cabe destacar que estos bandidos cometían sus fechorías en los caminos reales o caminos de difícil acceso a las comunidades. Parece importante mencionar que el estudio de Vanderwood recorre la época colonial, la Acordada, la Independencia y la Reforma, y profundiza en el porfiriato.
Por último, las hazañas, los mitos y las aventuras que se narran acerca de estos personajes, son convertidos como un símbolo de la cultura popular de los pueblos y comunidades indígenas.
El estudio de Vanderwood con respecto al bandidaje social, es el más completo, su enfoque resulta novedoso para investigaciones posteriores, como serían por ejemplo los casos de las comunidades de Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco.
La diferencia de nuestro artículo con el estudio de Vanderwood es que éste sólo se limitó a describir la vida cotidiana de los bandidos sociales que operaban en los límites de Morelos, desde donde controlaban territorialmente las comunidades de Milpa Alta y los pueblos circunvecinos como Tulyehualco, Tláhuac y San Gregorio Atlapulco. Por tanto, Vanderwood tiene razón cuando escribe que «el gobierno en parte accedía, en algunos casos empleaba a bandoleros famosos, o bien bandoleros que hasta cierto grado poseían licencia, como es el caso de la policía misma; los bandidos operaban dentro y fuera de la ley para provecho propio»[2].
Igual sucedió en Milpa Alta, donde varios bandidos sociales se incorporaron a la guardia rural y otros más siguieron con sus malas artes en las guerrillas zapatistas. Ahora bien, el testimonio oral como fuente de la historia, ayuda a recrear la historia del papel de los bandidos sociales en Milpa Alta y sus alrededores, rol que Vanderwood no atendió en su estudio.

Bandidos que operaron en los límites de los estados de México y Morelos, así como del Distrito Federal, fueron los «plateados», descritos por Ignacio Manuel Altamirano. Los «plateados» fueron encabezados por Serafín Plascencia, quien causó pánico por las innumerables fechorías que cometió, acostumbrado a imponer su ley; es por eso que Lamberto Popoca Palacios describió a los bandidos, después de 1920, de la siguiente forma: «Aquellos que habían sido trabajadores de las haciendas del estado de Morelos volvieron a sus primitivas ocupaciones, se habían acostumbrado a la vida agitada del guerrillero, habían cobrado amor a las buenas armas, el buen caballo y a los latrocinios revolucionarios; en consecuencia, muchos de ellos quedaron en armas con sus respectivos jefes a la cabeza dedicándose al bandalaje»[3].
El bandidaje ocasionó que muchos comerciantes o regatones de ese rumbo compraran las mercancías de los amantes de lo ajeno en los tianguis o mercados, llevándose con esto una buena tajada.
Fue así como apareció en el pueblo de San Pablo Oztotepec el bandido Brígido Molina, quien tenía una tienda donde las mercancías robadas se ofrecían a los habitantes del poblado. Al respecto, el doctor Francisco Chavira Olivos, de Villa Milpa Alta, dice: «Brígido Molina al parecer fue nativo del estado de Morelos, e incluso perteneció a la banda de los ‘plateados’, llegó al pueblo porque era perseguido por los rurales, se instaló en el pueblo y siguió con sus malas artes, se apoderó de las mejores tierras mediante el robo, abusando de la ignorancia, simulando arrendamiento o aplicando el pacto de retroventa a las tierras para quedarse con ellas»[4].
En las últimas décadas del siglo XIX el bandidaje social en Milpa Alta fue un asunto de descontento popular, los bandidos sociales ocuparon la zona montañosa de difícil acceso. Tal es el caso de Juan Carnero, oriundo de Milpa Alta, quien se levantó en armas y dirigió una banda de 15 pelafustanes. Tenía en lo más recóndito del bosque un arsenal de monedas de oro, joyas de plata y un buen rebaño de ovejas, que le daba para vivir en el corazón del monte.
Según narraciones de gente de la época, todo el dinero y oro lo escondía en una cueva, por lo que se corrió la leyenda de la cueva de Juan Carnero, que ha sido buscada por muchos, pero infructuosamente. La leyenda dice que la cueva se abre a las doce de la noche y quien logre entrar en ella se hará sumamente rico. Otro relato cuenta que cuando la diligencia paraba, Juan Carnero cambiaba las mulas y se llevaba los lingotes de oro para ocultarlo en la cueva de Chilpatia Cotal. Otros decían que Juan Carnero tenía pacto con el diablo, pues cierta vez unos leñadores, en época reciente, en el interior de una cueva encontraron joyas y restos de cuerpos humanos, por lo que se piensa que fueron los restos de Juan Carnero[5].
Existen varias leyendas acerca de este personaje, una de ellas fue rescatada por Anabel Chavira Ríos, a través de los dichos de varios ancianos de Villa Milpa Alta.
El pueblo de San Antonio Tecómitl también estuvo a merced del bandolerismo. Por su ubicación geográfica fue el eje hacia los estados de México y Morelos y el centro de Milpa Alta. Uno de esos bandoleros fue un hombre de Tulyehualco cuyo apellido fue Saldaña, y quien mantenía su dominio en los poblados del sureste de ese valle.
Precisamente, ante ese mundo de miedo que imperaba por la posibilidad de ser asaltado en cualquier momento, se dio un hecho insólito el 13 de septiembre de 1887 en la parroquia de Tecómitl, al renovarse un crucifijo de hermosa talla que, según comentarios de la época, se encontraba abandonado en la bodega del inmueble franciscano. Ahora la imagen se encuentra en el altar mayor de la iglesia y es conocida como la Preciosa Sangre. «Este hecho divino se dio por tanto bandidaje que asolaba a la región»[6].
Otro bandido que asoló la región fue Francisco, a quien apodaban la «Comadreja», controlaba la zona lacustre de San Juan Ixtayopan y Tulyehualco y robaba a los comerciantes que iban con destino a la garita de La Merced.

«Se aparecía y los despojaba de sus pertenencias. Enseguida veía para un lado y otro, montaba en su caballo negro y salía a toda carrera para ocultarse en la Sierra de Santa Catarina. Este malvado también ocupó en ocasiones con su banda, las cuevas de Mexcalco, en el paraje de Moyotepec, Milpa Alta»[7].
Felipe Soles fue otro bandido oriundo del Barrio de San Mateo, en Villa Milpa Alta, robaba las recuas cargadas de mercancía que iban rumbo a Morelos. Según las crónicas, Felipe Soles controló la región montañosa, específicamente el paraje conocido como Ayaquemetl, donde atracaba a los comerciantes que llegaban del puerto lacustre ubicado en San Antonio Tecómitl y se dirigían después a Morelos con sus recuas de mulas, el bandido los esperaba en los ejidos del monte. Se hacía acompañar por un individuo al que se le conocía por el mote del «Negro Brown», así como por otros más, quienes también solían internarse en el paraje de la Quinta Nepanapa, hasta llegar al camino real localizado a espaldas del Cerro Tláloc.
Un bandido más fue Inocencio Guerra, quien se levantó en Milpa Alta con un grupo de 100 hombres, desconociendo a las autoridades. La crónica recopilada dice lo siguiente: «El 15 de abril de 1872, Inocencio Guerra desconoció al Presidente Municipal de San Pedro Atocpan, C. Juan Vega, para que en el acto le entregara cierta cantidad de dinero (con tal de) que no fuera desconocido por su pueblo»[8]. Por ello, el prefecto Antonio Barrera, junto con el coronel Francisco Olivares, jefe de operaciones, ambos de Xochimilco, prepararon un golpe decisivo a la gavilla de Inocencio Guerra.
Al respecto, Sóstenes Chapa, oriundo de San Gregorio Atlapulco, narra que el 10 de marzo de 1876, «el bandido Cosío Pontones e Inocencio Guerra con 100 hombres, penetraron a Oztotepec, llevándose plagiado al presidente municipal Felipe Miranda. El prefecto político Garibay, con 25 soldados de la guarnición de Xochimilco, lo persiguió hasta el Paraje de Chipotenco»[9]. Parece que Inocencio Guerra le había tomado la medida al prefecto Garibay, la noche del día 11 del mes y año antes citado, con una gavilla de rebeldes invadió el pueblo de Tláhuac, desarmaron a los pobladores y asesinaron al auxiliar Julián Ríos, así como a Victorino Amado y Mariano Vázquez. Después, el día 28 de marzo del año en curso, entraron en San Gregorio Atlapulco con 50 bandoleros, donde el prefecto político Garibay los persiguió hasta el Cerro del Moyotepec y las cuevas de Mixcalco.
El bandido Inocencio Guerra operaba en Milpa Alta y sus periferias, por eso, nuevamente el dos de abril de 1876 ocupó el pueblo de San Bartolomé Xicomulco con una gavilla de 20 bandidos, los cuales se dedicaban a robar las casas de los rancheros. Entre estos podemos citar a Catarino Aguilar y Victoriano Bastida. Su acción originó que los vecinos del referido pueblo salieran en su persecución, ocultándose aquellos en el monte, de acuerdo con El Monitor Republicano, periódico que siguió las acciones de Inocencio Guerra. Otro hecho tuvo lugar el 21 de abril de 1876, cuando entró en San Pedro Atocpan la gavilla de Matías Jiménez con 100 hombres, los cuales robaron caballos e impusieron préstamos a los vecinos.

Otros bandidos que operaron en el pueblo de Topilejo fueron Salvador Martínez y Nicolás Nápoles, quienes fueron derrotados el cuatro de mayo de 1876 por los federales Villarreal y Cauto. Posteriormente, quien continuó en esas andanzas fue Ventura Garcés con 60 hombres, y puso en jaque a los pueblos de San Lorenzo Tezonco y Santa Cruz Meyehualco, hoy en la delegación Iztapalapa.
El 30 de junio de 1876 los bandidos Arce y Ventura Garcés ocuparon Milpa Alta por tres días, ante eso los vecinos se sublevaron y los siguieron, lo que se agudizó aún más cuando varios campesinos y bandidos sociales se incorporaron al movimiento zapatista, como fue el caso de Ángel Pozos, soldado originario de Ayotzingo, acusado de cometer atropellos y disparar su arma de fuego en plena vía pública[10]. Fue muy común en la revolución zapatista los abusos generalizados por parte de los carrancistas, y como muestra basta ver el fragmento de un documento encontrado en la comunidad de Villa Milpa Alta que dice: «El señor Pedro Alvarado acusaba a los soldados de tomarse el aguamiel de los magueyes del paraje Texitepec»[11].
Existían gavilleros que ya tenían cizaña con los mismos zapatistas, como fue el caso del coronel Reyes Muñoz, quien balaceó al general Andrés Pérez en el cuartel general de Milpa Alta, quedando asentado en el siguiente texto: «Llegó al cuartel lanzando balazos y golpes, hiriendo de gravedad al coronel Gorgonio Basurto y a Fructuoso Canales»[12].
Podemos concluir que la diferencia entre generales zapatistas y los grupos de bandidos fue parte del desmembramiento del Ejército Libertador del Sur. Al respecto, el ciudadano Guadalupe Zamora informaba al general Emiliano Zapata, el día 23 de julio de 1914, lo siguiente: «Los vecinos de Milpa Alta siguen siendo objeto de las depredaciones y saqueos»[13]. Lo que indica que algunos de los bandidos seguían haciendo de las suyas.
Por lo anterior, queda claro que las quejas llegaban directamente al cuartel general ubicado en Tlaltizapan, Morelos; lo más grave fue que en plena Sierra de Amecameca, los pacíficos se quejaban con el caudillo suriano de la siguiente forma: «La brigada de Arenas está robando animales, corta alfalfa sin consentimiento de los dueños pobres, otros soldados se dedican a consumir alimentos de los pobres comerciantes y después los golpean»[14].
Los abusos de las tropas siguieron, por lo que el general Genovevo de la O también le entró al quite, ya que desde el cuartel general de Xochimilco, Juan pacheco le decía a sus incondicionales: «Zapata siempre nos decía que no abusáramos de la gente… pos que los mandaba a fusilar según el delito que cometieran, uno por ejemplo burlarse de las mujeres o matar a alguien que no fuera contrario a nosotros»[15]. Por eso el general Emiliano Zapata mandó redactar un reglamento interno en donde se castigaba hasta el más mínimo abuso; es el reglamento publicado en 1914.

Tiempo después se tranquilizó la tropa, pero las diferencias entre los caudillos regionales se intensificaron, a tal grado que el Ejército Libertador del Sur fue derrotado en su totalidad, costándole la vida al general Emiliano Zapata.
Consideramos, finalmente, que los bandidos sociales fueron parte de movimientos que provocaron la descomposición de las clases sociales, robaban las recuas de los comerciantes, hacendados y rancheros. Compartían con los campesinos un amplio territorio en el que controlaban los caminos reales, por lo que en la revolución zapatista les fue fácil incorporarse al Ejército Libertador del Sur, como fueron los casos de Ángel Pozos, de Ayotzinapa, y Reyes Muñoz, de Milpa Alta. Otros bandidos siguieron el camino opuesto, debido a que se afiliaron al los rurales o al ejército federal.
Bandidos sociales fueron Julio López Chávez, cuyo radio de acción comprendió las poblaciones cercanas a Chalco. Inocencio Guerra y Manuel Lozada, por su parte, apoyaron las demandas agrarias de las comunidades campesinas de Chalco, Morelos y Milpa Alta.
Los bandidos sociales se incrustaron en las filas del Ejército Libertador del Sur, dado el modus operandi de los delitos que cometieron en la primera fase armada de la revolución zapatista, entre 1910-1914, que tuvo como escenario los estados de México y Morelos, así como el sur del Distrito Federal, en especial las comunidades de Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco. ♦
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* Presidente del Consejo de la Crónica de Milpa Alta.
** Integrante del Consejo de la Crónica de Milpa Alta. Responsable del archivo histórico del Museo Altepepialcalli.
Testimonios orales
Laura Espejel, Archivo de la Palabra, INAH, 1973.
Plática con Juanita Flores de Lara, 15 de julio de 1994.
Plática con Isabel Lamadrid, 15 de julio de 1994.
Plática con Valentina Ríos, 30 de junio de 1995.
Plática con Juanita Alvarado, 15 de junio de 1996.
Plática con Agustina Mata, 15 de noviembre de 2000.
Plática con Francisco Pineda Gómez, 14 de agosto de 2000.
Bibliografía
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[1] Vanderwood, Paul: 1992, 24
[2] Popoca Palacios: S/F, Pág. 6
[3] Entrevista a Francisco Chavira Olivos, cronista de Milpa Alta. Enero 18 de 2002.
[4] Entrevista a Francisco Chavira Olivos, cronista de Milpa Alta. Enero 18 de 2002.
[5] Relato del señor Antonio Salazar, en el pueblo de San Lorenzo Tlacoyucan, el 15 de julio de 1995.
[6] Francisco Chavira Olivos, comunicación personal, 2001.
[7] Francisco Chavira Olivos, comunicación personal, 2001..
[8] Chapa: 1957, 282-289.
[9] Chapa: 1957, 282.
[10] AGN. Ramo Emiliano Zapata. Caja 2. Exp. 3-27.
[11] Documento fechado el 5 de enero de 1913, proporcionado por Artemio Solís.
[12] AGN. Ramo Emiliano Zapata. Caja 1. Exp. 2.
[13] AGN. Ramo Genovevo de la O. Caja 13. Exp. 1-132.
[14] AGN. Ramo Emiliano Zapata. Caja Núm. 1 Exp. S/N.
[15] Entrevista con Alicia Olvera.

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