Cinépolis da pena ajena
Por Efrén Camacho Campos
Mi nieto me pidió que lo llevara a ver la última película de unos cachorros denominados Paw Patrol. Como podrán imaginar, no hice mutis alguno y más pronto que aprisa consulté la cartelera de Cinépolis, acá en Aguascalientes, a efecto de comprar los boletos de manera electrónica. Al final, no pude realizar la compra y nos fuimos directamente al cine. Una vez en la taquilla me percato que la mencionada película daría comienzo hasta una hora y media después.
Y, pues, ahí comenzó el suplicio, porque eso de mantener a un infante quieto en una sala de cine es harto complicado, aunque traté de tranquilizarlo ante su constante interrogación de sí ya era hora de entrar a ver la película, y fue una pregunta constante, con intervalos de cinco minutos.
De repente se me iluminó el rostro al proponerle adelantar la compra de las consabidas palomitas, lo cual aceptó con gusto, con la promesa que guardaría algunas para ver la cinta. Pasamos al mostrador de golosinas y, no sé si les ha pasado, tener la sensación de estar perdidos ante anuncios de dulces y sus diferentes combinaciones. Se me ocurrió preguntar al nieto qué prefería, paseó su vista a su alrededor hasta toparse con una cubetita alusiva a los personajes perrunos, la cual, además de contener palomitas en cualquiera de sus presentaciones, incluía un juego de perritos de plástico que embonan a la perfección sobre la tapa de dicho envase. Pero eso no fue todo, también había que comprar el refresco, ya sea chico, mediano y grande, el cual y de acuerdo al refrán popular, dependiendo del tamaño del sapo es la pedrada. No sin un poco de enfado, por lo caro del paquete que seleccionó el nieto, me dispuse a pagar los cerca de cuatrocientos pesos, para lo cual saqué la poderosa tarjeta de crédito, misma que me fue rechazada. Ante mi sorpresa, le manifesté al muchacho que la volviera a pasar, seguro de que no debía haber problema con el plástico. Nuevamente fue rechazada y entonces el dependiente me espetó a bocajarro: amigo fue rechazada otra vez. No sé sí lo que me encabritó fue que no pasara o que este jovencito se dirigiera a mí, un viejito de casi 70 años, como su «amigo», pero más que nada, al menos así me pareció, el tonito burlón y carente de respeto.
Casi todos somos de mecha corta, no soy la excepción, le increpé que yo no era su amigo, que sí no tenía inconveniente se dirigiera a mí como señor (nótese la ironía), y que tratara con otra tarjeta, no pasó, le di otra y nada. A estas alturas, el mozuelo ya también estaba molesto, seguramente por haberse topado con una persona testaruda; y entonces que me espeta de repente que mejor pagara con efectivo. Fue el colmo, confieso que de manera airada, le señalé que sí le podía pagar con dinero constante y sonante, pero que no lo haría, porque no estábamos en un cine rascuachón, que Cinépolis era una empresa con sendas ganancias y que estaba obligada a ofrecer servicios de calidad, de lo contrario, le recomendé que pusiera un letrero grande, avisando al público que solamente recibían efectivo.
A estas alturas, mi nieto azorado ante mi enojo y la gente esperando pasar a comprar las golosinas para sus hijos, exigí al dependiente que llamara al gerente de la sala cinematográfica para solucionar este asunto, porque el muchacho de la dulcería no estaba capacitado para solucionarlo. Al poco rato llegó el subgerente, quien empáticamente escuchó mi reclamo, realizó la misma operación con mis tarjetas de crédito y, sorpresa, no pasaron. Me puse más negro de lo que estoy y le exigí que solucionara a como diera lugar esa cuestión. Le recalqué que lo que diferencia a un negocio de otro, es precisamente la calidad en los servicios que ofrece, de lo contrario, nosotros los usuarios nos iríamos a la negociación de enfrente. Al final, el gerente reconoció que desde hace algún tiempo tenían problemas con las terminales (tal vez así lo hacen con tal de evitar el pago de comisiones a los bancos), por lo que me ofreció que a nuestra salida de ver la película, ya tendría resuelto el problema. Seguramente le cruzó por la mente que nos escaparíamos para no pagar, porque desde que salimos de la sala lo vi poco animado, recargado en el marco de la puerta. Me le acerqué y le pregunté si estaba ya resuelto, asentó son su cabeza y me dispuse a pagar mediante la ya mencionada tarjeta, no sin antes mostrarle que sí traía efectivo, no fuera a pensar que no tengo liquidez.
De regreso a casa, un poco con el comentario de mi nieto acerca de la película, sorpresivamente que me reclama por la actitud que asumí por la cuestión antes señalada. Respiré hondo y profundo, con la intención de responderle adecuadamente y transmitirle una lección aprendida, procurando que no le quedara la imagen de tener un abuelo enojón y por qué no decirlo, a veces hasta bravucón, enfatizando que por no reclamar nos hacen lo que se les viene en gana. Le enfaticé que Cinépolis, empresa de altos rendimientos económicos, como tantas organizaciones que ofrecen servicios, en este caso específico para el entretenimiento de las personas, deben contar con la infraestructura idónea para vender sus servicios, en tiempo y forma. Pero, también, darle mucha importancia a su recurso humano, es decir, capacitarlos ampliamente, sobre todo en la comunicación con los clientes. No es lo mismo, me parece, dirigirse a un adolescente, a una señora o un señor, que a personas de la tercera edad, quienes fuimos educados con otros esquemas, destacando que a los adultos se les hable de usted. Puede ser que este paradigma se haya modificado con el pasar de los años, pero la cortesía y la educación nunca pasan de moda. ¿Qué es eso de ¡no pasó amigo!?
Ahora entiendo a nuestros padres, cuando nos repetían que estas cuestiones que no son nada banales. Hasta la próxima. ♦

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