Adiós hermano… disculpa, te confundí. A propósito de ‘El hombre duplicado’
Por Efrén Camacho Campos
No sé cuántas veces se me ha figurado ver a algún amigo por los caminos por donde ando y he estado a punto de abordarlo para saludarlo y repentinamente me percato que no es la persona que creí, pero que tiene un gran parecido, evitándome así la pena de haberlo confundido. Hoy fue al contrario, me confundieron, me dijeron «adiós hermano… disculpa, te confundí», pero en lugar de decir no te apures, me acerqué al grupo de pubertos igual a mí, es decir, cuatro señores entre los 60 y 70 años (je, je, je), quienes estaban disfrutando la charla y de un cafecito, en torno a la mesa de una cafetería en un centro comercial.
Me acerqué sin ninguna inhibición, al fin el hielo ya estaba roto, los saludé como sí los conociera desde hace tiempo, me presenté y al igual que yo, eran personas pensionadas, quienes para encontrar algún sentido en el último tramo de la vida, se reúnen dos veces por semana, en el mismo lugar, con la finalidad de compartir sus experiencias de vida y no dudo que también para lanzar alguna mirada furtiva a las damas que van por sus compras al super. Me invitaron a incorporarme a estas reuniones, tal vez lo haga, pero lo que me causó cierta curiosidad es el hecho de que me confundieran con alguien más, cuestión que me hizo recordar una vieja lectura, desde luego muy recomendable, del ganador del Premio Nobel de Literatura de 1998, el portugués José Saramago, novela que se titula El hombre duplicado.
Como dicha novela la leí hace más de veinte años y, obviamente, no recuerdo los detalles de la misma, inmediatamente la busqué en mi librero y me avoqué a ojearla y a hojearla, a efecto de revisar los subrayados que realicé mientras la leía; sin embargo, mejor opté por buscar en el chismoso (Google), de donde recuperé la siguiente reseña:
«¿Qué sucede cuando Tertuliano Máximo Afonso descubre a sus treinta y ocho años que en su ciudad vive un individuo que es su copia exacta y con el que no le une ningún vínculo de sangre? Ése es el interrogante que Saramago, explorando de nuevo las profundidades del alma, plantea en El hombre duplicado. ¿Cómo saber quiénes somos? ¿En qué consiste la identidad? ¿Qué nos define como personas individuales y únicas? ¿Podemos asumir que nuestra voz, nuestros rasgos, hasta la mínima marca distintiva, se repitan en otra persona? ¿Podríamos intercambiarnos con nuestro doble sin que nuestros allegados lo percibiesen? Innovando frente a las convenciones de la novela, Saramago convierte la voz narradora en sujeto activo, en un juego metaliterario que pone al servicio de la historia y que va mucho más allá de las rupturas estrictamente formales. Una novela que se lee con la avidez de un relato de intriga pero que nos sumerge en las cuestiones esenciales de la vida».
Pues, como podemos percibir, se trata de una novela con tintes existencialistas, donde se abordan las antiquísimas interrogantes filosóficas de ¿quién soy?, ¿para qué estoy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? No importa si finalmente estamos convencidos de nuestra unicidad, pero seguramente dentro de los más de 8,000 millones de habitantes en el planeta tierra, habrá unos cuantos ejemplares del género humano muy parecidos entre sí.
Finalmente, para quienes estamos disfrutando la última recta, es doblemente disfrutable el levantarnos cada mañana, voltear hacia el cielo, admirar el amanecer, escuchar los cantos de los pájaros, los cuales invariablemente comienzan, en el caso de las golondrinas, a piar alrededor de las cuatro de la mañana; asimismo, extasiarnos con las diversas parvadas, realizando piruetas de manera sincronizada que semejan figuras de gigantes en la inmensidad del cielo azul. Pues, sí tienen oportunidad, se van a encantar de esta lectura. Hasta pronto. ♦


Deja un comentario