Región totonaca | Zacatlán, en Puebla, la tierra de las manzanas y los relojes
Por Roberto Cruz Martínez En una fértil región de lo que ahora conocemos como el estado de Puebla, los totonacas fundaron Zacatlán a comienzos del siglo VII, según lo confirma el hecho de que esa población formara parte, en el siguiente siglo, de un gran señorío Totonaca con asiento en Mizquihuacan. Se sabe que en la caída de Tula en el siglo XII, llegaron a ella los belicosos chichimecas comandados por Xólotl, socavando el poderío de los totonacas.
Aunque en 1520 Rafael López Ávila conquistó Zacatlán, el monasterio franciscano comenzó a construirse hasta 1555, y la primera iglesia aún más tarde, entre 1562 y 1567. El actual templo de San Pedro y San Pablo fue edificado o reedificado a finales del siglo XVI, según la relación de Ponce (1586) y la Monarquía Indiana de Torquemada, quien fuera guardián del convento en 1601, por ello fue el último de los templos basilicales franciscanos en territorio poblano. Se trata entonces de un edificio de tres naves, de un estilo que por su gran sobriedad se ha llamado «purista», aparte de la clásica portada y de sus techos de cerrada viguería. Lo que en él llama la atención son las dos danzas de esbeltas columnas que definen las tres naves y sostienen unos arcos de medio punto con diseño de diamante.
La fiesta más importante de Zacatlán es la Feria de la Manzana, que desde 1941 se celebra cada 15 de agosto, día de la Virgen de la Asunción, patrona de los fruticultores. En esa época se venden los productos agrícolas, industriales y artesanales de la región y se corona una reina.
La fruta procesada ocupa un lugar relevante en forma de sidras, mermeladas, conservas, dulces y vinos de membrillo; ciruelas, dátil, coco, nuez, durazno y mora azul, aunque no faltan muchas otras delicias como el famoso pan de queso.



En las afueras de Zacatlán hay varios sitios de interés como la barranca de los jilgueros, un mirador natural desde el cual se puede contemplar el nacimiento de la cordillera de la Sierra Oriental, cuatro kilómetros al noroeste se encuentra el pintoresco pueblecito de Xicolopan, conocido por su santuario del Señor de Xicolopan y su producción de excelentes vinos caseros.
Al otro lado de la barranca se encuentra San Miguel Tenango, un pueblo cuyas mujeres lucen en las fiestas un atuendo que se ha vuelto típico de toda la región, falda de lana negra de enredo, blusa de seda profusamente bordada, ceñidor bordado de lana negra y quezquémitl blanco de encaje.
Por lo que toca a la fábrica de relojes Centenario, su historia comienza en 1912, cuando un adolescente llamado Alberto Olvera Hernández, de familia de forjadores de metal, armó su primer reloj con piezas fabricadas por él mismo, como autodidacta en el arte legado a la humanidad por los maestros relojeros del viejo mundo. Ese joven se dedicó después a hacer relojes monumentales, el primero de los cuales lo instaló en 1919 en Chignahuapan.
Cuando en 1921 colocó su cuarto reloj, esta vez en la Villa de Liebres, decidió poner en sus aparatos la marca Centenario en razón del primer centenario de la consumación de la Independencia. Desde entonces, estos relojes marcan el ritmo de la vida de los habitantes de cientos de pueblos y ciudades de México y Latinoamérica, se hallan en zócalos y parques, en iglesias y edificios públicos anunciando el paso del tiempo con sus grandes manecillas y sus armoniosos carillones.
El primer aparato que fabricó don Alberto forma parte del acervo de relojes del Castillo de Chapultepec. Zacatlán tiene un reloj floral de doble carátula.
Se llega a Zacatlán por la carretera de Poza Rica o por parte del Distrito Federal pasando por Tulancingo. Zacatlán se ubica a 131 kilómetros de la ciudad de Puebla, pero también se puede llegar por San Martín Texmelucan.
Su próximo viaje que sea a Zacatlán, en donde su gente es muy amable y sin más le abre las puertas de su corazón. ♦
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Fotografías Facebook: La Gran Feria de la Manzana Zacatlán

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