Casas que invitan a viajar al pasado y recordar el esplendor de la CdMx
Entre las historias de familia y costumbres de Semana Santa de la alta sociedad de la Ciudad de México en el siglo XVIII, había aquellas mujeres que la historiadora María Eugenia Martínez llamó «emperifolladas», y que con sus mejores ropas y joyas, tomadas del brazo de su esposo participaban en las procesiones que, de la actual Calle de Madero, partían a la Catedral Metropolitana.

Crinolinas y fondos de breves talles, diseños con polisón, aditamento con varillas que daban volumen en la parte trasera del ropaje, elaborados con encajes, sedas, chifones y algodones, era parte de la vestimenta sólo para «gente rica».
Pero, ¿dónde se congregaban estas mujeres «emperifolladas»? Bajo el cobijo de la impresionante y bella arquitectura del siglo XVIII, se encuentran todavía las casas que pertenecieron a los hombres más acaudalados de la época: la de los Condes del Valle de Orizaba, la del Marqués de Jaral de Berrio, la casa de Don José de la Borda, la del Marqués de Prado Alegre y la de los Condes de Miravalle, así como la edificación del Casino Español.
Entre las historias, anécdotas y leyendas de la alta sociedad en esa época, destacan los Altares de Dolores.
Bajo el recogimiento, la gente no salía a pasear y solamente asistía a los oficios de la iglesia, incluso, en sus vistosas residencias localizadas en el centro histórico de la Ciudad de México, ponían colgaduras de color morado como parte del altar.

Así, para el siglo XVII y hasta mediados del XIX, era práctica común de las familias católicas que el sexto viernes de Cuaresma levantaran altares en sus casas –pobres o ricas–, para conmemorar los dolores de la Virgen.
No obstante que la festividad rememoraba sucesos tristes, a decir de la historiadora también era ocasión para reunir a familiares y amigos que acudían a admirar el altar y a degustar los platillos preparados ex profeso, acompañados con música sacra.
El alma de la fiesta era el sermón, en cuyo transcurso se rememoraban los siete dolores de la Virgen como preparación para la Semana Santa, tiempo en el que, se dice, «vivió las mayores penas causadas por la crucifixión de su hijo».

«El Centro Histórico es la parte más antigua de la Ciudad de México –explicó– y, también, es la que contiene algunos de los tesoros arquitectónicos y culturales más apreciados del país.
»Calles que invitan a viajar al pasado y recordar sus tiempos de esplendor, épocas en que las carrozas tiradas por caballos llevaban en su interior a virreyes y altos funcionarios, mientras comerciantes, frailes y religiosas, artesanos y otros personajes, se habrían paso entre las famosas y bellas vías de la Ciudad de los Palacios.
»En la Casa de los Condes del Valle de Orizaba, hoy Casa de los Azulejos, se vio almorzando a los soldados de Emiliano Zapata y Francisco Villa. En 1925 José Clemente Orozco pintó en el muro de fondo de la escalera el mural Omnisciencia.

»El edificio tiene una historia larga e interesante: Dos casas en un principio, cuentan que fue refugio de partidarios de Hernán Cortés. Su primer dueño, Hernando de Ávila. En 1550 es comprada por Damián Martínez al precio de cinco mil pesos de oro de mina. Antigua residencia de los condes de Valle de Orizaba es, en palabras de Octavio Paz, testimonio de la victoria de la pasión sobre el llamado buen gusto, cuando en el siglo XVIII es revestido completamente su exterior con mosaicos policromos».
En tanto que también es de digna de mención la Casa del Marqués de Jaral de Berrio, hoy Palacio de Iturbide, en donde vivió la marquesa de Moncada y Villafonte al obsequiársela su padre, el conde de San Mateo de Valparaíso, en 1785. Ahí, Agustín de Iturbide tomó prestado el inmueble de donde salió, tanto para coronarse como emperador, como para desterrarse del país.
Mientras que en la Casa de Don José de la Borda, minero y uno de los hombres más ricos de la Nueva España durante el siglo XVIII, vivió este famoso personaje quien fue poseedor de sus reales en Taxco y en Real del Monte, por lo que decidió adquirir una manzana completa para construir su casa en la Ciudad de México.
Otra bella construcción es la Casa del Marques de Prado Alegre, donde una piedra prehispánica embellece uno de los ángulos de este lugar que fue habitado por el marqués del mismo nombre.
Las residencias de arquitectura del siglo XVIII en el Centro Histórico de la Ciudad de México son motivo suficiente para admirarlas durante los días de asueto con motivo de la Semana Santa, como la Casa de los Condes de Miravalle y, para rematar, el Casino Español, edificación de principios del siglo pasado. ♦
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Pie de foto superior: Casino Español

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