Como patrimonio biocultural busca ser reconocido ecosistema de Cuicuilco

• La investigadora Lilian García-Alonso Alba señala que este reducto ecológico ha permanecido gracias a la delimitación de la zona arqueológica homónima

En el cruce de las avenidas Periférico e Insurgentes, dos vías principales del sur de la Ciudad de México, subsiste un geositio excepcional ligado al volcán Xitle: Cuicuilco, un ecosistema que, al igual que los de San Ángel, se desarrolló sobre la lava del volcán Xitle, el cual –conforme análisis a muestras de carbón obtenidas directamente de sus cenizas– erupcionó hace más de 1,600 años, y que en la actualidad representa el más diverso de la Cuenca de México.

Se trata de un proyecto colaborativo entre la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) y el Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), el cual busca ser reconocido como patrimonio biocultural.

A decir de la responsable de la iniciativa, Lilian García-Alonso Alba, la diversidad ecológica de este espacio ha permanecido gracias a la delimitación de la Zona Arqueológica de Cuicuilco, de ahí la necesidad de preservar, en particular, los especímenes de flora, para la investigación, enseñanza y aplicación en procesos de conservación y rehabilitación sostenible.

Abundancia de plantas productoras de mucílagos, saponinas, colorantes y compuestos aromáticos. | Fotografía: Mauricio Marat

La investigadora se ha especializado en materiales naturales derivados de plantas endémicas. Desde una perspectiva multidisciplinaria, y con el propósito de reconocer el patrimonio biocultural mexicano, ha indagado en tecnologías tradicionales de civilizaciones antiguas y plantas productoras de materiales, como mucílagos, saponinas, colorantes y compuestos aromáticos.

Este enfoque es el que ahora dirige en su estudio integral de los pedregales de Cuicuilco.

«Muchas de las plantas endémicas de los pedregales de Cuicuilco fueron utilizadas para elaborar productos culturales y, aún hoy, pueden usarse como material adhesivo, de limpieza y para repeler insectos, por mencionar algunos usos. Sin embargo, aunque conocemos la variedad de estos productos culturales, falta aprovecharlos y explorarlos más», dijo.

El proyecto busca la valoración de mla flora de Cuicuilco como patrimonio biocultural. | Fotografía: Mauricio Marat

Por esa razón, el proyecto de la conservadora-restauradora y maestra en estudios mesoamericanos, inscrito en una Cátedra Conahcyt, busca la valoración de su patrimonio biocultural, en términos de enseñanza-aprendizaje, para llevarlo a la ENAH.

Lilian García-Alonso reconoce los esfuerzos de otras instancias en el reconocimiento de esta biodiversidad, como es el caso de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel, bajo la protección de la Universidad Nacional Autónoma de México, con una zona núcleo de 171 hectáreas y un área de amortiguamiento de otras 66, habitan cerca de 300 especies de plantas, 800 de artrópodos y 30 especies de mamíferos, entre otros vertebrados.

«Existe una identificación de todo ello, pero cuando a los materiales vivos, sobre todo las plantas, no se les relaciona de forma directa con otro uso y no se les concibe como herencia biocultural, se pierden sus posibilidades de investigación.

El reducto ecológico ha permanecido gracias a la delimitación de la zona arqueológica. | Fotografía: Mauricio Marat

»El estudio integral de los pedregales de Cuicuilco busca reconocer algunas de esas plantas. Por ejemplo, las saponinas de los agaves tienen tradición de uso como jabones, y su eficacia se ha probado científicamente en la limpieza de lanas, sedas, y demás.

»También están las cactáceas, toda la familia de los nopales y el uso de su mucílago para construcción en tierra, con morteros de cal; los colorantes que derivan de los xochipallis, adhesivos de orquídea, fibras que se utilizaron en cestería y textiles. Estos especímenes y muchos otros son flora nativa de Cuicuilco», refirió.

«Esta tradición de uso se mantuvo por siglos y se ha ido perdiendo por diversos factores; no obstante, reactivar estas tecnologías ancestrales se convierte en una alternativa ecológica para el presente. Las comunidades académicas y la sociedad en su conjunto, pueden aprender o reaprender de estas herencias bioculturales», concluyó. ♦

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