El Catrín de Xico, el Canal de Chalco y los acalotes turísticos de Xochimilco
Por Rodolfo Cordero López* | Revista Nosotros, Núm. 21 | Octubre de 1999
Jaime Noyola Rocha, en esta Revista Nosotros (número 18, página 20, correspondiente a julio de 1999), dice que en Xico existió un canal que bordeaba al Cerro del Marqués, el cual remataba en un embarcadero adosado a enormes plataformas. Esta terminal estaba situada frente al actual panteón; estos datos nos trajeron a la memoria la leyenda del catrín de Xico.
En Obras Históricas de Don Fernando Alva Ixtlilxóchitl, el autor hace mención de la huida de Quetzalcóatl, de Tula a Coatzacoalcos, y aclara que Topiltzin vivió algún tiempo en las cuevas de Xico. Otros investigadores han descubierto restos óseos por los alrededores de Xico (viejo), que fueron tierras de combates.
Xico es un cráter volcánico apagado. La traducción de Xico sería donde está el ombligo, por su forma orográfica.
Antes de la llegada violenta de los españoles en el Siglo XVI, Xico fue parte de la extensa red de comunicaciones lacustres entre Chalco y México~Tenochtitlan, por el acalote –hoy Canal de Chalco–, área de transporte de innumerables mercancías en canoas.
En ese espejo de agua, en el que los creadores de las chinampas desarrollaron el portento de obras hidráulicas, el cráter de Xico mostraba los pliegues de sus cenizas sedimentarias bordeando su profundidad azufrosa, apagada, inactiva.
Las tierras agrícolas, durante la Colonia, pasaron a formar parte de la hacienda de Xico, que en 1895 –nos dice Jaime Noyola Rocha- obtuvo la aprobación del gobierno de Porfirio Díaz para desecar el lago de Chalco mediante contrato con Remigio Noriega y su hermano, sumando una extensión de nueve mil 822 hectáreas en 1901.
A principios de este siglo, el Canal de Chalco sobrevivió con su trayecto turístico por medio de un transporte de vapor, entre Chalco y México, siendo el barquito «Esperanza» el que realizó su primer viaje a Chalco, en 1850. Manuel Payno, en su novela Los bandidos de Río Frío descubre ese trayecto turístico.

Chalco tiene entre sus edificios históricos coloniales, a la Casa Colorada, que fuera embarcadero de ese extinto y atrayente pasado, hoy notable museo.
Desecado el Lago de Chalco, quedó la red de acalotes turísticos de Xochimilco hasta nuestros días, lugar donde nace la leyenda de «El Catrín de Xico».
Don Felipe Velasco, que en paz descanse, vecino del barrio de San Cristóbal, Xochimilco, Distrito Federal, bogando en su canoa, durante muchos años sacó de su marimba las alegres notas de la música mexicana para agradar a los paseantes en el acalote turístico de Nativitas; en las tertulias nos narraba la leyenda del «Catrín de Xico», que a la letra decía:
«Una mañana de sol dorado y transparente, de agua en movimiento y de huexotes verdes, en el paseo de Nativitas, de una canoa de media luna enflorada con flores naturales, un grupo de catrinas vestidas con crinolinas y telas ampulosas, acompañadas por señores de traje y chaleco, y sombreros de carrete, reían, bailaban, cantaban al son de mi marimba.
»Comimos de su comida. Bebimos de sus licores, y en el éxtasis del paseo, un catrín bigotón, de mirada brillante, pelo ensortijado me estimulaba:
»—Marimbero, toca más fuerte tu marimba –mi acompañante y yo golpeábamos a la marimba, con tanta emoción que la música ya no parecía ser de este mundo. Embelezaba. Embriagaba. Deleitaba a ese grupo de catrines llegados no se de dónde.
»—Remero, llévanos por los acalotes que no conocemos… El remero hundía la pértiga, y sin esfuerzo, la corriente nos fue llevando por el acalote de Santa Cruz Acalpixcan, y nos fuimos alejando de los ahuexotes frondosos, de los alcatraces blancos de las riberas de las chinampas. Nos detuvimos frente a un ojo de agua, a un costado del edificio de las bombas del manantial de Acalpixcan. El agua bullente se aromatizaba con los chícharos azules, amarillentos…
»—¡Rema remero! –dijo aquel catrín–. Llévanos a San Gregorio Atlapulco… A Tláhuac… A Xico…
»—Señor, es imposible, el paseo aquí nada más llega. Estamos lejos de la Laguna de Caltongo y el retorno nos llevará tiempo. Quizás lleguemos al anochecer.
»—No seas tonto remero. Llévanos a Xico. Y tú marimbero, no dejes de tocar la marimba, alégranos este instante. Alégranos esta noche. Tu recompensa será muy grande.
»Nosotros tocábamos con frenesí. El remero impulsaba con ligereza a su canoa, y ambas canoas, la de los catrines y la nuestra, se deslizaban mullidamente, como si un viento extraño nos llevara volando y nos hiciera perder la razón, la vista, los sentidos. Tan metidos en nosotros estábamos que no supimos de qué manera llegamos a la Laguna de Xico… A la entrada de una cueva.
»¡Deténte remero –ordenó aquel catrín–. Las damas y los demás señores callaron. Las canoas encallaron en el embarcadero.
»El oleaje mecía a las embarcaciones. El catrín y sus acompañantes bajaron y penetraron a la cueva. En su interior podía verse la luz residencial. El catrín nos tomó del brazo diciendo:
»—Miren señores, yo soy el amo de todas esas riquezas que ven allá y de todas estas tierras a la redonda. Yo he venido de lejanas tierras y todo aquel que me sigue lo colmo de placeres, de dinero, de lo que quieran. Pero a ustedes los voy a recompensar por sus alegres servicios.
»Un portón colonial abierto nos permitía ver sillones, baúles derramando oro y joyas. Sus amigos tomaban licores de botellas amarillentas y verdes, reían, bailaban…
»—Ya se los ganó el saudino –dijo mi acompañante. El remero se acercó a mí y me dijo, Felipe, nada más unas moneditas de oro. Entro, agarro lo que pueda y me salgo.
»—No no no –se opuso mi remero. Aquel es un saudino y a ustedes se los está ganando.
»—Sólo unas moneditas. Unas moneditas Felipe –y este remero penetró burlando al catrín de la cueva de Xico.
»—Esto no es bueno –dijo mi compañero- y salimos corriendo.
»—¡Marimbero, toca para nosotros! –Cuando gritó el catrín ese, nosotros ya estábamos en nuestra canoíta y salimos remando a todo lo que pudimos, abandonando la canoa de los catrines.
»Sin saber cómo, a oscuras, nos encontramos remando los tres ya a la entrada del embarcadero de San Cristóbal, en Xochimilco. La canoa de los catrines estaba flotando, la sujetamos y nos acercamos al embarcadero. El remero de los catrines tuvo que llevarse su canoa al embarcadero de Caltongo.
»¿Qué fue lo que pasó? ¡No lo sabemos! ¿Estuvimos en Xico? ¡No lo sé! Sólo sé que entre esos paseantes disfrazados de catrines hay saudinos, seres extraños, que si uno se deja, se lo llevan.
»Saudinos de aquellos los hubo en Milpa Alta, en Tláhuac y en Xochimilco…»
Don Felipe agregaba a su narración, otra leyenda, la del saudino de Chicoco, barrio de Tlacoapa, individuo que sacaba vacas de la tierra…
El tiempo siguió su curso, y en otro día de charla, doña Chabela, mujer de Mixquic, quien nos visitaba frecuentemente, le platicamos la leyenda del «Catrín de Xico» y ella nos contestó:
—Sí, es verdad. Allá en Xico se aparece un catrín. Hoy verán. Uno de mis hijos trabajaba en Xico viejo, es albañil, y escarbando para hacer los cimientos de una casa encontró una calavera. Yo había ido a casa de unos familiares, y cuando pasé por él para irnos a Mixquic por el camino empedrado me dijo:
«—Mira, mamá, esta calavera –la lavó y la metió dentro de su ropa. En ese momento ya era bastante noche, y ahí vamos caminando. En eso, escuchamos muy clarito las pisadas de alguien, detrás de nosotros.
»—Mamá, un catrín nos viene siguiendo.
»—¿Cuál catrín –le contesté volteando, sin ver nada.
»—Sí, mira, allí viene.
»—¿Cómo es?
»—Es alto, de traje, trae sombrero y no mueve los brazos.
»—Estás loco. Yo no veo nada. ¿Sabes por qué nos sigue? Por la calavera que llevas ahí. ¡Tírala! No, mejor no. Recemos y mañana se la llevamos al padre para que la bendiga y la sepulte. Ya ves, esto nos pasa por andar cargando los huesos del muerto.
»—Tienes razón, recemos.
»Rezamos, pero detrás escuchábamos las pisadas del catrín, espanto o quien sabe qué sea.
»Al día siguiente, tempranito fuímos a platicar con el sacerdote. Rezó, rezamos y la sepultamos en el panteón. Santo remedio, no volvimos a ver al catrín ese de Xico».
Quienes escuchamos estos relatos especulamos, ¿será verdad? ¿Quién es aquel catrín de Xico? Quizás, tal vez, pensamos y lo decimos, pudiera ser el alma en pena del hacendado Remigio Noriega o la de su hermano, cuidando sus posesiones y riquezas.
¿Será acaso Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl, quien de esa manera atrae a la gente para mostrarle sus riquezas de oro y turquesas traídas de Tula y abandonadas en las cuevas de Xico?
El cráter de Xico, de perfil solitario y calizo, lo cubre una atmósfera repelente. Tiene un camino de terracería que nadie camina. Xico es otro Xitle, otro ombligo orográfico mal oliente, y de extraños misterios. ♦
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* Escritor, historiador y periodista


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