Tlahuaquense recibe Premio Friedrich Katz 2024 por tesis doctoral
El doctor en Historia por la UNAM, Baruc Martínez Díaz, resultó ganador del Premio Friedrich Katz 2024 a la mejor tesis de doctorado en Historia de la Revolución, por su obra titulada «La chinampa en llamas: conflictos por el territorio y zapatismo en la región de Tláhuac (1894-1923)».
Tras de que en 2020, al cumplirse el décimo aniversario del fallecimiento del historiador mexicanista Friedrich Katz, la Academia Mexicana de la Historia, la Cátedra Katz de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, El Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México y el Programa de Estudios de Posgrado en Historia de la UNAM, decidieron instituir el premio Friedrich Katz, a entregarse cada dos años a la mejor tesis de Doctorado en Historia de la Revolución mexicana.
El Premio Katz cuenta con un Comité de Honor integrado por, Javier Garciadiego, Adolfo Gilly, Alan Knight, Claudio Lomnitz, Jean Meyer, Enrique Semo y John Womack.
Martínez Díaz, quien en el inicial apartado de agradecimientos de su magistral obra hace una mención a la revista Nosotros y a su director general, «mi amigo norteño y villista, Sergio Rojas, por todas las horas compartidas en amistosas y valiosas tertulias y por haber publicado mis primeros trabajos hace más de tres lustros», explora, desde la larga duración histórica, la importancia económica y cultural del territorio lacustre de la región de Tláhuac, así como las consecuencias que se produjeron con la desecación del lago de Chalco en el Porfiriato y la incorporación de muchos de sus pobladores al Ejército Libertador del Sur.
«El proyecto de privatización de los territorios comunales de los pueblos ribereños y la desecación del lago de Chalco, el primero promovido por el Estado mexicano y el segundo auspiciado por Íñigo Noriega con el apoyo del gobierno porfirista, por citar los casos más emblemáticos, propiciaron la desestructuración económica y cultural de la zona, afectando a las nueve comunidades y obligándolas a implementar mecanismos de resistencia muy similares», apunta en su obra.
Las referidas poblaciones son las de Santiago Zapotitlán, San Francisco Tlaltenco, Santa Catarina Yecahuitzotl, San Pedro Tláhuac, Santiago Tulyehualco, San Martín Xico, San Juan Ixtayopan, San Nicolás Tetelco y San Andrés Mixquic, mismas que a finales del siglo XIX formaban parte de un espacio preponderantemente acuático gracias a la existencia de dos grandes lagos que se extendían de oriente a poniente: el de Chalco y el de Xochimilco, respectivamente.
Refiere que tanto los lagos como las comunidades se hallaban enmarcados, de norte a sur, por dos serranías que los acotaban respecto a otras geografías: la de Santa Catarina y la del Chichinauhtzin. En medio de esta constelación, a manera de sistema solar o átomo, se hallaba la isla de Tláhuac; los demás pueblos gravitaban en torno suyo: Zapotitlán, Tlaltenco, Yecahuitzotl, Tulyehualco, Ixtayopan y Tetelco en las riberas norte y sur, en tanto que Mixquic y Xico compartían la calidad insular con Tláhuac. «Todos ellos mantenían relación con esta última comunidad; a veces muy cercana y otras no tanto dependiendo del periodo histórico, sin embargo, en un sentido estrictamente geográfico, Tláhuac fungió como el núcleo de toda esta región», explica.
Las reacciones generadas por la privatización de territorios comunales y la desecación del lago, subraya más adelante, fueron en lo general las mismas, «sucedió así debido a que todos los pueblos compartían una economía y una cultura ligadas a la geografía lacustre»; a que «provenían de un mismo proceso civilizatorio» y a que «habían poseído trayectorias históricas afines, además de que utilizaban el náhuatl, antes que el español, para comunicarse.
La civilización que se desarrolló a partir de este espacio geográfico en donde el elemento lacustre fue trascendental, relata el historiador, «fue posible gracias al proceso de sedentarización, el cual, regularmente, se había ligado al descubrimiento de la agricultura y, sobre todo, al complejo de la milpa (la asociación del maíz con otros cultivos diversos)».
Empero, precisa, «el principal factor, para que estos grupos humanos decidieran establecerse en un sitio de forma permanente no fue la agricultura, sino la presencia del paisaje lacustre y todo lo que éste traía consigo. Es decir, la existencia de los lagos influyó en dicha decisión: los primigenios cazadores nómadas fueron dándose cuenta, paulatinamente, que el elemento acuático les aseguraba un sustento cotidiano y perenne, que ya no era necesario vivir al compás de su escurridiza y cambiante comida.
»El mismo espacio les brindó los materiales para desarrollar diversas actividades: construcción de viviendas, vestimenta, artefactos para las labores cotidianas e, inclusive, las posibilidades de seguir cazando. Una vez asentados de forma duradera, las nuevas generaciones sedentarias aprendieron a aprovechar mejor su entorno, a través de un complejo, largo y continuo proceso de intentos, errores, cambios y perfeccionamiento.
»De esta manera conquistaron los lagos, sobre ellos construyeron sus viviendas y sus primeros huertos de traspatio que a la postre condujeron a la creación de la agrotecnología chinampera; así aprendieron a pescar, recolectar y cazar las variadas especies de la fauna acuática que, mucho tiempo después, llegaron a comercializarse por millones de ejemplares; de este modo desarrollaron un sistema de ingeniería hidráulica que luego les permitió regular los niveles de los lagos, levantar diques-calzadas, conducir el vital líquido por medio de acueductos, y edificar gigantescas y pesadas pirámides sobre los pantanos».
Con su tesis, Baruc Noel Martínez Díaz obtuvo el doctorado en diciembre de 2022, con la tutoría de la doctora Josefina Mac Gregor Gárate (de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM), y de los doctores Guilhem Olivier (del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM) y del doctor Ernesto Aréchiga Córdoba (de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México). ♦


Deja un comentario