Las mujeres bonitas del México prehispánico, voluptuosidad femenina
En el mundo Mesoamericano se han encontrado infinidad de figurillas antropomorfas elaboradas con arcilla, originarias del Periodo Formativo, entre el año 2300 (a.C.) y el 100 (d.C.), especialmente en el centro de México. Algunas de estas figurillas han sido investigadas por Patricia Ochoa, arqueóloga, investigadora y curadora del Museo Nacional de Antropología.
El mencionado periodo abarca una larga secuencia que los especialistas dividieron en Inferior, Medio y Superior, por las propias características culturales que en ellos se presentan. Aunque se han hallado piezas de ambos sexos, en su mayoría resalta la gracia y delicadeza del cuerpo femenino.

Por haberse encontrado en los campos de cultivo, los estudiosos las han asociado con la fertilidad de la tierra. Hasta el momento la pieza más antigua localizada en Mesoamérica corresponde al año 2300 (a.C.), recuperada en la isla de Tlapacoya[1], Zohapilco[2], en lo que fuera el lago de Chalco.
Posee rasgos femeninos, con forma de fuste cilíndrico y el estómago ligeramente abultado; como no presenta ninguna indumentaria ni adorno, resaltan claramente sus características sexuales.

Las pequeñas esculturas encontradas con rasgos humanos, han sido agrupadas para su estudio, por su técnica de manufactura, su tipo de decoración, la pasta con que fueron elaboradas, los rasgos faciales y la forma del cuerpo. Datos necesarios para realizar análisis comparativos de tiempo y su relación con otras culturas similares.
«Es importante señalar que estas figurillas, aunque son parte de un estereotipo, muestran rasgos tan propios que se pueden considerar verdaderas obras de arte. En estas mujeres bonitas, como se les conoce, sobresale la figura voluptuosa con cintura pequeña, caderas amplias, piernas bulbosas y facciones muy finas, todas, características propias de su patrón de belleza», indicó Ochoa.
Las piezas femeninas generalmente se encuentran desnudas; algunas traen faldillas o pantalones de cascabeles posiblemente hechos de semilla, pero siempre con el torso al descubierto.



Fotografía izquierda: Diminuta bailarina gorda del México antiguo. Fotografías central y derecha: Figurillas antropomorfas femeninas. Salas de Arte Prehispanico Coleccion Museo Amparo Puebla
En lo que se refiere al peinado, se observa una gran variedad de estilos, que pueden incluir lazos, tocados e incluso turbantes. En las figurillas de barro no puede apreciarse si la gente acostumbraba tatuarse o practicaba la escarificación; sin embargo, no hay duda de que la pintura facial y corporal era inseparable de su arreglo personal.
Decoraban con bandas y líneas de colores blanco, amarillo, rojo y negro, su cara y cuerpo. Las mujeres trazaban en sus muslos diseños geométricos, círculos concéntricos y zonas cuadriculadas.
También tenían la costumbre de pintarse todo un lado del cuerpo, dejando el otro sin decoración, a manera de contraste simbólico. Estos cuerpos en fiesta muestran el movimiento que se plasma de la forma más libre en las bailarinas, que representan la gracia, belleza y delicadeza de las mujeres
«A través del estudio de estas figurillas se ha podido saber más acerca de las relaciones entre una cultura y otra. Por ejemplo, la influencia del mundo olmeca en el resto de los pueblos mesoamericanos, fundamentalmente a través del intercambio cultural, que se intensifica durante el Periodo Formativo Medio 1200-600 (a.C).
Con el cambio en la organización social a una más estratificada –donde se acentúa la especialización del trabajo y surge una casta sacerdotal–, y el establecimiento de un centro ceremonial como lugar de intercambio de ideas y productos, se transformó también el significado de las figurillas y su producción.
«Lo anterior ocurrió en el Periodo Tardío del Formativo 600 (a.C) –100 (d.C.) y se manifestó tanto en la técnica de manufactura como en la calidad artística de las pequeñas esculturas que fueron sustituidas por piezas rígidas y sin la gracia característica de las anteriores», concluyó Ochoa Castillo. ♦
[1] Del náhuatl: Tlapācōyān o Tlapakoyan, lugar donde se lava, lavadero. Tlapacoya o Tlapacoyan es un topónimo náhuatl –dado por acolhuas, cuitlahuacas y chalcas un milenio después (Posclásico tardío, 1200–1521 d.C.)
[2] Los restos del sitio se encuentran a 20 km al sureste de la Ciudad de México, intramuros del Valle de México (Altiplano Central), en las laderas bajas al borde oriental del antiguo Lago de Chalco, en una pequeña colina volcánica (Cerro del Elefante), en el municipio mexiquense de Ixtapaluca que, junto con el citado Zohapilco, constituyen el conjunto de Zohapilco-Tlapacoya.

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