Ser Mujer, una visión propia. El sistema no sólo es patriarcal, es clasista
Por Larissa Calderón
Al enfrentarme a la pregunta: ¿Qué es ser mujer?, imagino una línea de tiempo, esa historia del movimiento feminista y de las mujeres que comenzaron a configurar una visión de sí mismas y del conjunto. Tal vez para Mary Wollstonecraft (Inglaterra 1759-1797) en 1791 cuando escribió su vindicación de los derechos de la mujer; no era necesario contestar esta pregunta ¿qué es ser mujer?, sino ir directo a las carencias que eran sustanciales, mientras que los derechos del hombre se referían a un grupo de varones ingleses.
La idea de Wollstonecraft fue más universal. Luego, para la primera ola del feminismo con las sufragistas, la idea de mujer era política, de lucha. Pero no tardó en configurarse la dimensión ontológica de la mujer, al llegar ese 1948, año es que se publicó El segundo sexo, con la afirmación de Simone de Beauvoir (Francia 1908-1986): «On nait pas femme: on le devient» («No se nace mujer: se llega a serlo»). Pero su compatriota Luce Yrigaray (Francia 1930) con su feminismo de la diferencia que dice: «Lo que conocemos como femenino en el patriarcado no es lo que las mujeres son o han sido, sino lo que los hombres han construido de ellas».
En 1816 esto ya lo había planteado Jane Austen (Inglaterra 1775-1817) en ese libro maravilloso llamado Persuasión: «Los hombres han disfrutado de una ventaja, y ésta es la de ser los narradores de su propia historia». La afirmación de Anne Taylor, el personaje de Jane Austen, agrega: «Los hombres han contado con los privilegios de la educación y, además, han tenido la pluma en sus manos». Y hasta hoy siguen controlando los medios. Obviamente no se aplica a todos los hombres, porque el sistema no sólo es patriarcal, sino también racista, clasista, pero sobre todo colonialista y en un contexto más contemporáneo, neoliberal.
Y más actualmente, Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria 1977) dice: «El problema del género es que describe cómo debemos ser en vez de reconocer quienes somos».
La idea de generar nuestra propia historia llega hasta nuestros días, entre la globalización y redes sociales, estamos importando muchos conceptos que no se adaptan del todo a nuestra realidad. Entramos en polémicas descontextualizadas.

Por eso no se puede hablar de la mujer desde el feminismo, sino desde los feminismos. Mientras que para las feministas críticas de género, ser mujer es opresión en diferentes grados y niveles, para el feminismo interseccional ser mujer deja de ser un asunto homogéneo, se vuelve una experiencia con contexto social y personal. O para el transfeminismo, ser mujer es una disidencia.
Asumiendo que la mujer no es una idea homogénea, hay distintas maneras de ser mujer y voy a ejemplificarlo con el trabajo de la antropóloga Rosalba Aída Hernández Castillo (México 1963), quien ha documentado sobre el feminismo indígena y hace una reflexión en torno a la experiencia mexicana y cómo repensar los derechos de las mujeres desde la diversidad.
Aunque la construcción de relaciones más equitativas entre hombres y mujeres se ha convertido en un punto medular en la lucha de las mujeres indígenas organizadas, el concepto de feminismo no ha sido reivindicado dentro de sus discursos políticos. Este concepto sigue estando identificado con el feminismo liberal urbano, que para muchas de ellas tiene connotaciones separatistas que se alejan de sus concepciones de la necesidad de una lucha conjunta con sus compañeros indígenas. De momento, muchas de sus demandas, tanto las dirigidas al Estado como a sus organizaciones y comunidades, se centran en reivindicar «la dignidad de la mujer» y la construcción de una vida más justa para todos y todas[1].
Las mujeres indígenas están cuestionando las generalizaciones sobre «la Mujer» que se han hecho desde el discurso feminista urbano. En el deseo de imaginar un frente unificado de mujeres contra el «patriarcado», muchos análisis feministas han negado las especificidades históricas de las relaciones de género en las culturas no occidentales[2].
En este sentido, es importante retomar la crítica que algunas feministas de color han hecho al feminismo radical y liberal norteamericano por presentar una visión homogeneizadora de la mujer, sin reconocer que el género se construye de diversas maneras en diferentes contextos históricos y geográficos.
En el movimiento feminista se han abierto brechas que nos toca subsanar. Quizá la construcción de este diálogo intercultural, respetuoso y tolerante, contribuya a la formación de un nuevo feminismo indígena y mestizo basado en el respeto a la diferencia y el rechazo a la desigualdad.
Desde el generismo en el que a veces nos vemos envueltas, hablar de mujer puede ser dos cromosomas X o la fórmula correcta de hormonas. Entonces, cuando hablan de violencia patriarcal, sólo consideran sus consecuencias y las acciones apelan a la confrontación para despertar conciencias. Pero no de ir a la raíz de esta violencia machista, porque ir a la raíz es observar que a nadie le atraviesa más este tipo de violencia que a las infancias.
Chandra Monhanty (India, 1955) señala que «la violencia masculina debe ser teorizada e interpretada dentro de sociedades específicas, para así poder entenderla mejor y poder organizarnos más efectivamente para combatirla»[3]. Cuando el generismo feminista habla de empoderamiento femenino, considera el control del poder político y económico, pero no habla de una economía de los cuidados, de una economía feminista, donde la sostenibilidad de la vida se conecte. Porque entonces tendríamos que agrandar el sujeto del feminismo para construir una vida fuera del control político y económico conservadores. Virginie Despetes (Francia 1969) dijo: «el feminismo es una aventura colectiva para las mujeres, pero también para los hombres y para todos los demás».

Entonces la mujer no es un concepto, y es así como se fueron sorteando, a lo largo de la historia del feminismo, los diversos obstáculos para vivirse mujer. Hoy en día tenemos un pendiente, garantizar plenamente el derecho a una vida libre de violencia.
Para hablar de su propia experiencia de identidad el filósofo Paul B. Preciado (España 1970), dice: «¡Lo que soy, qué más da, lo importante es cómo puedo ser libre!»
En esa libertad tan preciada y de las muchas formas de ser mujer, Rosario Castellanos cuestionó esa otra forma de ser, desde la literatura y la cultura, en un poema que es un llamado a conocer a las que fueron, las que son y lo que serán las mujeres.
«Meditación en el umbral»
Rosario Castellanos (México, 1925-1974)
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser. ♦
[1] Memorias del Encuentro Taller «Los Derechos de las mujeres en nuestras costumbres y tradiciones», San Cristóbal de las Casas, Mayo 1994.
[2] Trinh Min-ha, Woman, Native, Other: Writing Postcoloniality and Feminism.
[3] Chandra Mohanty, «Under Western Eyes: Feminist Scholarship and Colonial Discourses».

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