Novela de Sergio Rojas relata la historia de adolescente levantado por un cártel
Por Efrén Camacho Campos
Cuando Sergio Rojas (Comarca Lagunera, 1954), obsequió a sus amigos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, entre los que se encuentra quien esto escribe, en una reunión de viernes social (27 de agosto de 1994 y después de algún tiempo de no hacerlo), su primera novela titulada Tan cerca del infierno, celebramos con alegría ese acontecimiento, seguros de que en el futuro el talento de nuestro amigo seguiría dando frutos en el género de la novela de tipo realista, reflejando y denunciando sobre el acontecer día a día en nuestro país.
Ahora, nos sorprende con Territorios de miedo, recién editada a través de Independently Published (4 abril 2025), en la cual aborda el tema de la cooptación de jóvenes por parte de los cárteles de la droga radicados en el denominado Triángulo Dorado («conocido por su relevancia en la historia del narcotráfico y su impacto en la cultura mexicana, es una región que abarca tres estados clave: Sinaloa, Durango y Chihuahua. Este territorio enclavado en la Sierra Madre Occidental, ha ganado notoriedad por su conexión con el cultivo de amapola y marihuana, así como por su complejo entramado de actividades ilegales», de acuerdo con lo descrito por Alex Mata en El Sol de Parral).
Debo confesar que tardé más de lo acostumbrado en terminar de leer un libro, pero en este caso en particular sucedió que desde que lo encargué a través de Amazon, tardó casi una semana en llegar a mi domicilio y la otra cuestión, tal vez la de mayor peso, es que debido a mi avanzada edad, mis ojos no me ayudan mucho, aunado a que la letra del libro es muy pequeña y ni mis potentes anteojos de fondo de botella coadyuvaron para una rápida lectura.
Es indudable que esta novela es el resultado de un gran trabajo de investigación, seguramente de muchas horas de revisión hemerobibliográfica, así como de actas de juicios y audiencias, de testimonios consignados en expedientes de juzgados, pero sobre todo con base en entrevistas con personas que conocen por dentro cómo opera el narco en México, dando como resultado una radiografía de esta problemática, de la cual, quienes vivimos en grandes ciudades, no nos percatamos de ello, a no ser por lo que nos cuentan a través de series televisivas nacionales, o bien, a través de los noticieros, los cuales ahora tienen la misión de «evidenciar» todo lo que se relacione con la llamada nota roja.
De manera sucinta, en esta su segunda novela, Sergio Rojas «narra el destino de Brandon, joven adolescente de un pueblo del norte de México que como todas las noches se encuentra en la plaza de su pueblo en amena charla con los amigos, cuando varios desconocidos irrumpen en el lugar con intención de llevárselos a todos. Consiguen escapar, excepto Brandon, quien es raptado y llevado lejos de ahí. Separado de su terruño, familia, amigos y de todos aquellos con quienes convivió durante sus 17 años de vida, es inducido por capos del cártel que lo levantó para participar en operaciones de las más disímbolas hechuras, propias de la organización delictiva asumida ahora como dueña absoluta de su existencia. A fin de salvaguardar la integridad física de sus seres queridos, se resigna a no tener contacto con ellos, ni siquiera para hacerles saber que está vivo. Sin embargo, su madre nunca deja de buscarlo y aunque su vida ha dado un giro de 180 grados, aun cuando ha transmutado en sicario no desiste del deseo de recuperar la vida que tenía antes. Alentado y motivado por Jeni, la chica que conoció y de quien se enamora en un pueblo al que llegó para sumarse a la célula del cártel; intenta escapar del infierno en compañía de ella con la ilusión de hacer una vida juntos en un lugar muy lejos de los Territorios de Miedo en los que las organizaciones criminales tienen fragmentado el país».
Hay varios aspectos puntuales de la novela que llaman fuertemente mi atención: «hasta hace poco tiempo la única opción para ustedes, los chavos, era ir a cruzar la frontera para ganarse la vida, pero hoy ya no es así, pueden ganar esos mismos dólares en las filas de nuestra organización y sin necesidad de sobarse el lomo como sucedía antes. ¿Qué necesidad hay de ir a aguantar malos tratos? Si el pinche Obama no nos quiere, chínguese cabrón, a’i te va droga para que tu gente se ponga loca». Es bien conocido que durante el régimen presidencial de Obama, sin hacerle mella que él mismo haya sido objeto de discriminación en su propio país, se haya dado hasta la fecha el mayor número de deportaciones de trabajadores migrantes, quienes a pesar de aportar su trabajo y, desde luego, los impuestos correspondientes, fueron objeto de discriminación. Según datos de la Oficina legal proporcionados por Patricia Machado, entre 2009 y 2015, la administración de Obama deportó más de 2.5 millones de personas.
Otro aspecto relevante es el hecho de que una vez raptados los jóvenes, quienes previamente fueron seleccionados por alguien de sus propios pueblos, para engrosar las filas del narco, éstos tienen que perder todo contacto con familiares y amigos, es decir, adquieren la categoría de desaparecidos, si no quieren que sus cercanos sufran las consecuencias. Esta situación, obliga a que los integrantes del narco, de recién ingreso o con mucho tiempo en esta actividad delictiva, se resignen tarde que temprano a morir solos, porque de alguna manera ya están muertos en vida.
Asimismo, es interesante conocer que los narcotraficantes se consideran una organización, lo cual rápidamente hace reflexionar que no está alejado de la realidad tal concepto. Las organizaciones, cualesquiera que éstas sean –lucrativas, sin ánimo de lucro (ONG), estatales, entre otras calificaciones–, poseen una estructura organizacional (vertical u horizontal), un plan de negocio (orientado a satisfacer las necesidades de una población), un manual de organización con funciones específicas, visión, misión y valores. Luego entonces, una organización de narcos, como cualquier otra, es una agrupación de personas que trabajan de manera coordinada para alcanzar objetivos particulares, pero en este caso de los de tipo ilícito.

Y, bueno, cómo iba Sergio Rojas a dejar pasar la oportunidad para dar a conocer la fuerte influencia poética del maestro Neruda en su persona, a tal grado que en la narración donde describe el momento en que Brandon y Jeni se entregan al amor, la hace al más puro estilo del coleccionista de caracolas: «Terminaron en el dormitorio apenas iluminado por la tenue luz que se colaba de afuera… se trenzaron en un beso… atónitos recorrieron sus geografías desnudas a golpe de labios… hasta convertirse en feroz huracán de categoría impensable que impactaría sobre sus hirsutos esteros».
«… Jeni, (es) la chica que conoció y de quien se enamora en un pueblo al que llegó para sumarse a la célula del cártel; (Brandon) intenta escapar del infierno en compañía de ella con la ilusión de hacer una vida juntos en un lugar muy lejos de los Territorios de Miedo…», pero, ¿lograrán su objetivo? Esa es una pregunta que el lector, lectora, deben descubrir en la obra en la que también se da cuenta, capítulo tras capítulo, de muchas de las acciones que deben hacer quienes son secuestrados e incorporados a las filas de la organización criminal que opera en el norte de la República.
Destaco también que Sergio Rojas (querido Toño) nos comparte en su novela un sinnúmero de datos duros y que al darles contexto los convierte en información útil para quienes tenemos la oportunidad de leer su trabajo. Sin embargo, compete a los lectores, con el fin de traducir toda esta información, en conocimiento real sobre la situación que priva en nuestro país en esta materia, agregar valor a lo expuesto, mediante la realización de trabajo de investigación, no circunscribirnos a lo que diariamente nos hacen creer en los noticieros de la televisión abierta, buscar más datos en diversas fuentes de información, a efecto de saber en qué otras regiones del país se presenta esta problemática del narcotráfico, identificar las causas que dan pauta a esta situación y, por qué no, proponer estrategias para erradicar este fenómeno que afecta a todos.
Finalmente, qué bueno que Serafín Robledo (no hay que pasar por alto que las iniciales coinciden con las del escritor, quien desde 2017 se encuentra en el padrón del Mecanismo de Protección a Defensores de Derechos Humanos y Periodistas de la Secretaría de Gobernación), el personaje que en la novela caracteriza al periodista que es contactado por el personaje central de la novela (Brandon), no haya sufrido ningún atentado por parte de los cárteles del narcotráfico, esperemos que así sea por siempre. Larga vida a los periodistas independientes. ¡Hasta la próxima! ♦

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