Día de Muertos en Xochimilco, donde aún se aprecia la herencia prehispánica
Por Esteban Gómez Belmont | Revista Nosotros, número 98 | Noviembre de 2006
La comunidad xochimilquense es descendiente de la primera familia nahua –la xochimilca– que partió de Chicomoztoc, y «…eran algo circunvecinos de los aztlanecas que ahora se llaman mexicanos, y su patria a donde ellos vinieron se llamaba Aquilazco[1], y que fueron guiados por su sacerdote llamado Huetzalin, y anduvieron muchas y diversas tierras pero a su llegada a Tula pidieron merced al tercer chichimecatl tecuhtli Tlotzin Pochotl, para que los dejase poblar y este les hizo muchas mercedes, y les dio a donde asentarse en la parte sur de la cuenca del Valle de México, a donde ahora es Xochimilco»[2].
La creencia en la delegación Xochimilco el Día de Muertos se apega más bien al cristianismo, ya que la gran mayoría ha olvidado muchos de los conceptos antiguos, los que fueron legados por sus ancestros, por tener estos la idea de la transmigración –pasar el espíritu de un cuerpo al otro–.
Hoy en día todavía algunos grupos indígenas o pueblos festejan esta tradición, en la cual se puede apreciar aún la herencia prehispánica, tal como sucede en San Andrés Mixquic, delegación Tláhuac, y San Antonio Tecómitl, delegación Milpa Alta.
Las antiguas civilizaciones mesoamericanas le atribuyeron a la muerte una omnipotencia y, a su vez, un lugar prioritario dentro de su cultura. En esta celebración los mexicas o aztecas tenían sus días destinados o específicos para honrar a sus muertos, y que eran en el décimo mes de los veinte que tenía su año que llamaban Miccallhuitontli –fiestecita de los muertos[3]–.
Al consumarse la Conquista o caída de la Ciudad de México-Tenochtitlan el 13 de agosto de 1521, arribaron a la Nueva España tres años después los primeros misioneros franciscanos que eran encabezados por el santo varón fray Martín de Valencia, y estos cambiaron la ceremonia de Día de Muertos que efectuaban las culturas indígenas, para que se celebraran desde ese momento el día de Todos Santos y de los Fieles Difuntos los días uno y dos de noviembre de cada año. Y al amalgamarse los elementos de las culturas indígenas con los occidentales o españoles, nació así en nuestro país la fiesta del Día de Muertos, tal como hoy en la actualidad la conocemos.
En Xochimilco al acercarse dicha festividad, sus habitantes se preparan con anticipación para recordar a sus seres queridos que descansan el sueño eterno, y esta tiene varios aspectos donde resaltan los que a continuación citaremos.
Panteones
Actualmente todavía podemos ver que en algunas comunidades los camposantos están dentro de los atrios de las iglesias –tales como en las iglesias del pueblo de San Francisco Tlalnepantla y en Santa Cruz Xochitepec–, así como otros que se localizan fuera de estas y donde podemos observar diferentes tipos de tumbas, ya sean de tierra con sus cruces de madera y fierro, como otras que son de ladrillo o cemento y las osamentas que consisten en monumentos de mármol o granito, donde algunos tienen nichos para colocar alguna imagen de un santo.
La ofrenda
Las ofrendas o altares que nuestros familiares eligen en esos días, ya sea en el hogar o en los camposantos y cementerios han de estar integradas con diferentes tipos de elementos, desde los tradicionales panes de muertos, alamares, mamones, golletes, chilindrinas; frutas como naranjas, plátanos, dulces de calabaza en tacha, necuatole; diferentes tipos de comidas –moles, frijoles molidos, arroz, tamales, tortillas–; bebidas –pulque, chínguere, brandy, cerveza– y, también, se colocan cigarros, puros, veladoras, ceras, incienso, mirra y flores, entre otros.
El 31 de octubre la ofrenda se le dedica a los niños, a los que llaman «angelitos», y esta consiste en alimentos que le gustan, como son pan de muerto, leche, fruta y refrescos. En el pueblo de Santiago Tepalcatlalpan algunas familias les ponen juguetes de barro –jarritos, platitos y cazuelitas–, y en Santa María Tepepan a la ofrenda le agregan platos o cazuelas con frijoles y jarritos, que sean nuevos, con chocolate[4].
Al día siguiente que es primero de noviembre, la ofrenda la dedican a los adultos muertos, para lo cual invocan los espíritus de sus ancestros, por lo que algunas ancianas lo hacen en lengua nahua, tal como una de ellas en el pueblo de San Gregorio Atlapulco hizo la invitación a la manera siguiente:
«Nonantzin, nimichmochilia, otenech motlapalcuico inin tonalli, nikontlalia de torta de pantzin para tewatzin, san inin tonalli iktixi naxa. Mikafertaroa san campa nipoderihui tenechpodespensariuis. Inin nikontlalla, se torta pantzin, para ompa nochtlakati nanexexeicullo nemehua wantsitsin. Tlaninemi montechias iwan tlakamo san oyicki»
«Mi madre, te espero me vienes a saludar este día y te pongo una torta de pan para ti, nomás este día que me vienen a visitar. Te ofrezco sólo hasta donde se puede, tú me dispensarás. A esta ofrenda le pongo aquí, una torta de pan para que allá todas las ánimas benditas se la repartan entre ellas. Si vivimos, el año que viene las esperamos y si no nomás hay, en vida no estamos cambiando»[5].
Esta ofrenda consiste en el pan de muerto, mole servido en platos o en cazuelas, fruta, pulque, cerveza y calaveras de azúcar. En los barrios de Xochimilco el mole lo hacen con pollo, y no así en los pueblos de San Luis Tlaxialtemalco, San Gregorio Atlapulco, Santiago Tepalcatlalpan y Santa María Tepepan, donde colocan un pollo o un guajolote cocido separados del mole.
El día dos se procede al tradicional alumbrado y visita a los panteones, donde nuestros familiares han de depositar respetuosamente las flores, sirios, veladoras y, a veces, también las tumbas se cubren con pétalos de cempoalxóchitl, para luego sentarse alrededor o hincarse para rezar el rosario por sus seres queridos que ahí descansan.
Por lo que el tres del mismo mes la ofrenda la levantan para que sea repartida entre los parientes, amigos y vecinos.
Las flores
Año con año los campesinos vienen sembrando sus chinampas, con diferentes tipos de flores que están relacionadas con esta celebración, y que son: cempoalxóchitl, clemole, panalillo, gladiolas, alhelí y nube, entre otras, para que sean comercializadas en el tianguis de Xochimilco; y también llegan las acocosas o cinco llagas, que son silvestres, así como otras que no se siembran en la zona.
Esta celebración se ubica en diversos contextos, entre los que destacan los siguientes.
Etnobotánico
Las flores que se utilizaban durante la época prehispánica eran las amarillas, a la llegada de los primeros misioneros franciscanos estos introdujeron las de color, o sean las alhelíes, gladiolas, nubes, miguelitos (que tienen flores blancas) y terciopelos (flores moradas o azules)[6].
Las flores amarillas son tanto para los difuntos niños como adultos, las blancas para los niños, señoritas, jovencitos y solteros –esto es porque se encuentran puros–, y las obscuras (moradas, azules y lilas) para los adultos[7].
Ceremonial
Durante la época prehispánica el cempoalxóchitl se usaba como ensarte para adornar los altares y a las personas asistentes en la ceremonia de Día de Muertos.
Actualmente esta celebración está apegada al ritual cristiano. ♦
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Esteban Gómez Belmont es biólogo por la UNAM, así como investigador de las tradiciones y acontecimientos históricos de su comunidad, Xochimilco.
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Bibliografía:
La muerte en la cultura. Et. al. San Antonio Tecómitl, Milpa Alta. DDF, México, 1992.
López Bosch, José Eduardo. Culto a los fieles difuntos. Mixquic, Tláhuac. DDF, México, 1991.
Matos Moctezuma, Eduardo. Muerte a filo de obsidiana. SEP, México, 1986.
Sahagún, Bernardino de. Historia General de las Cosas de Nueva España. Editorial Porrúa. Colección Sepan Cuántos, 5ª Edición, México, 1982.
[1] Alva Ixtlilxochitl, Fernando de. Obras históricas. Instituto de Investigaciones Históricas. Colección Serie de Historiadores y Cronistas de Indias. Tomo I, 4ª Edición, p. 411. UNAM, México, 1985
[2] Ibíd., p. 411.
[3] Villanueva Peredo, Plácido. La celebración de días de muertos en Xochimilco. México, 1984, p. 2.
[4] Ibíd., p. 4.
[5] Ibíd., p. 5
[6] Gómez Belmont, Esteban. Interrogantes sobre las flores que están relacionadas con la muerte. México, 1988, pp. 1-2.
[7] Sahagún, Bernardino de. Historia General de las Cosas de Nueva España. Editorial Porrúa. Colección Sepan Cuántos, 5ª Edición. México, 1982.


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