Una noche tenebrosa en San Salvador Cuauhtenco, en Milpa Alta
Por Eugenio Raúl Ramírez Retana | Revista Nosotros, Núm. 98 | Noviembre de 2006
En el año de 1968 un grupo de amigos y compañeros de Cuauhtenco, los que acordamos organizar los bailes de las ferias del dos de febrero, seis de agosto y 12 de octubre, en la segunda participación con motivo de la fiesta patronal de El Salvador (seis de agosto), tuvimos una vivencia misteriosa que es motivo de recordarla. Por esta causa se las voy a narrar.
Como ya lo anoté, un grupo de amigos y compañeros íbamos a participar en esos eventos. Éramos los profesores Lucio García G., José Rentería Ch., Pánfilo Villamar Roseta, Gabino Medina y Aquiles Lozada, y los señores Luis Fuentes y Prisciliano Calzada (subdelegado en turno de esta comunidad).
Era el día sábado anterior a los festejos del seis de agosto. Para esto quiero decirles que aquí en Cuauhtenco como en varios pueblos de la delegación Xochimilco, las fiestas patronales se festejan siempre en domingo, si la fecha de celebración toca entre semana, bien se adelanta o se recorre al domingo próximo. Este era el día sábado anterior a la festividad, íbamos a organizar el baile del domingo, para lo cual ya teníamos contratadas las orquestas y la lona. En ese tiempo no era muy usual un enlonado, pero como queríamos lucirnos con este baile alquilamos la lona en el pueblo de San Francisco Tecoxpa, delegación Milpa Alta.
Todo ese día anduvimos consiguiendo madera, alambre, alambrado, cuerdas y polines, todo esto para cercar el área y enlonarla para el baile. Por la tarde nos dimos a la tarea de hacer estas actividades, terminamos con la ayuda de otras personas como a la una de la mañana del domingo, así que descansamos, tomamos unos refrescos. En ese tiempo el panteón se ubicaba dentro del atrio del templo católico, estábamos en la explanada o piñaza como la conocemos aquí en Cuauhtenco.
Al estar descansando llegó la banda de música, cuyos integrantes comenzaron a tocar y a tronar cohetes, el compañero Pánfilo al escuchar la música comenzó a bailar.
Los que quedábamos ya no éramos muchos, algunos se habían retirado. Entre los que quedábamos uno hizo la observación de que volteáramos a ver a una persona con características femeninas, se trataba de una persona alta, no se le veía la cara ni los pies, iba cubierta de la cabeza con un rebozo. Dicha prenda se veía muy desgastada, su falda era de color gris, la observamos bien porque pasó muy cerca de nosotros. Hasta hicimos el comentario de qué andaría haciendo esta persona a esa hora y por qué salía del panteón. ¿Dónde iba a dormir?
Después de varios minutos uno de los compañeros se le antojó un cigarro, pero como nadie tuvo le indicaron que los fuera a comprar a la tienda del señor Alfredo, que despachaba a toda hora. Otro compañero lo acompañó. Al regresar de comprar los cigarros nos indicaron que la persona que vimos salir del panteón estaba sentada en la Calle Morelos.
Convencimos al subdelegado Prisciliano Calzada para que la dejara dormir en el salón que estaba anexo a las oficinas de la Subdelegación; fuimos tres personas a invitarla a que se quedara en estas instalaciones. Al invitarla no nos contestó una sola palabra, por lo que no escuchamos su voz. Simplemente se levantó y nos siguió. La invitamos a pasar al salón, donde se elaboraba por cierto un trabajo de carpintería, por lo que había un banco de carpintero. Le pusimos unos pedazos de alfombra para que se acostara.
Le dimos otros pedazos y unos costales para que se cubriera. El salón tenía clausurada la ventana con tablas clavadas; al lado sur del salón había un tragaluz muy alto y reducido, y a la puerta se le ponía candado, por lo que resultaría imposible que una persona pudiera entrar o salir de esa aula. Ahí la dejamos para que durmiera y posteriormente dejarla salir.
El domingo yo estaba dormido cuando me dijeron que me hablaba el subdelegado; eran las siete de la mañana, me levanté todavía adormilado, salí para ver qué quería y de inmediato me dijo: «Vamos a ver a los compañeros porque la persona que dejamos encerrada no está».
Recuerdo que le dije, como para que me dejara dormir otro ratito, «¿ya revisaste bien?» «Sí –me dijo–, abrí el salón y lo volví a cerrar con candado».
Fuimos a ver al compañero José y después a Lucio, los cuatro nos dirigimos a la Subdelegación, abrimos el salón y nuestra primer sorpresa fue ver las cosas que ahí estaban como se las habíamos dado, no había señas de que alguna persona hubiese dormido en ese lugar. Buscamos por todo el salón, revisamos la ventana, no había ni una sola tabla desenclavada. Revisamos el tragaluz, no había señales de que alguien hubiese estado ahí.
Comentamos lo sucedido y nos quedamos con esa interrogante. ¿Qué sucedió con esa persona? Algunos opinaron que fue un fantasma, otros que había sido un muerto, alguien más que había sido una ilusión óptica colectiva. ¿Qué fue realmente lo que nos sucedió aquella noche? ♦
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El profesor Eugenio Raúl Ramírez Retana (1940~2023) fue colaborador de la Revista Nosotros; participó en el libro colectivo Lo que en el Corazón está, en la boca sale, publicado por la Asociación de Cronistas del Distrito Federal y Zonas Conurbadas A.C., hoy Asociación de Cronistas Oficiales de la Ciudad de México, A.C. De igual forma, aportó un texto, titulado «Mi pueblo y sus rituales», al libro Crónicas acerca del Patrimonio Intangible de la Ciudad de México –página 231–, editado por la Presidencia del Decanato del Instituto Politécnico Nacional en el año 2012. El maestro Raúl Eugenio Ramírez Retana participó en el IV Encuentro de Cronistas de la Ciudad de México, organizado por la Asociación de Cronistas del DF y Zonas Conurbadas A.C., realizado el 30 de octubre de 2008. Fue integrante del Consejo de la Crónica de Milpa Alta.


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