La Muerte Niña. Retrato de angelitos, arte funerario convertido en tradición
Revista Nosotros número 108 | Noviembre de 2007
El culto a la muerte en México encuentra una de sus más ricas expresiones en la costumbre popular, ya perdida, de retratar a bebés muertos, y el fotógrafo Romualdo Cortés realizó un interesante registro de esta tradición funeraria del siglo XIX.
Los orígenes de esa costumbre se remontan al siglo XVII, cuando los españoles propagaron la tradición de representar a la muerte a través de pinturas, en particular los casos de niños fallecidos. Esas imágenes se llamaron Dormición, y con el correr del tiempo este arte funerario se convirtió en un ritual intenso, emocional, probablemente basado en el pensamiento primitivo de creer que en la fotografía se queda o se «roba» el alma.

Dicha práctica de raíces españolas se propagó sobre todo en los pueblos, para conservar en la memoria al niño muerto. La aristocracia española pintaba vivos a los niños muertos, adornándolos con ropas suntuosas para significar la nobleza del linaje al que habían pertenecido en vida.
Cuando esta costumbre llegó a la gente humilde de la Nueva España, que no le interesaba preservar el linaje ni el prestigio social, sino únicamente conservar la memoria, entonces surgió la tradición de la «muerte niña».
Otra creencia vincula a la «muerte niña» con la Virgen de los Ángeles, cuya tradición dice que los niños muertos son angelitos que van a integrar sus huestes. Por eso cuando un pequeño muere no se le debe llorar. Es una obligación estar alegre, porque en caso contrario el angelito no se integrará a su ejército.
Durante el siglo XIX, en lugares como Jalisco y Puebla, existió una tradición paralela a la de retratar a los niños, la cual consiste en acompañar el velorio con juegos y cantos.

En Malinalco, por ejemplo, no hay rezos, y en cambio la casa donde vivía el pequeño se llena de flores y música; la gente que acompaña a la familia participa en todo este ritual para despedir al angelito, que además está vestido con ropas que reflejan a algún santo.
A partir de los inicios del siglo veinte, la fotografía fue el mejor vehículo para mantener ese recuerdo. De ahí surge el trabajo de Romualdo Cortés, que fue uno de los más representativos del porfiriato en Guanajuato.
Huérfano de padre, el autor que nació en el año de 1852, llegó a la Ciudad de México a la edad de cuatro años. Por ello le tocó vivir el nacimiento, desarrollo y decadencia del porfiriato.
Inmerso en ese ambiente y dándose cuenta de las necesidades de la fotografía y del retrato, abandona sus estudios de música y pintura para incursionar posteriormente en la fotografía. ♦


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