La vejez, una ventana para asomarnos a nuestros recuerdos

• Cada uno de nosotros tenemos almacenados en nuestras cabezas una gran cantidad de recuerdos y que a la mínima provocación se disparan, haciéndonos sonreír gratamente, porque de alguna manera estamos volviendo a vivir esa situación

Por Efrén Camacho Campos

Ahora, con la publicación de mi artículo acerca de sentirnos acompañados con nosotros mismos, escribí como nota explicativa lo siguiente: «Hola, buenas tardes. Este tema se ha vuelto recurrente en mis escritos y creo saber el porqué, ya di el viejazo… ja, ja, ja. Buen provecho». Uno de mis compañeros y jefe, estimado y apreciado por muchos, debido a su entusiasmo y bonhomía, reaccionó citando aquel viejo refrán de viejos los cerros y aún reverdecen, pero asimismo me compartió una reflexión interesante en el sentido de que nosotros, los adultos mayores, conforme vamos avanzando por la vida, tenemos cada vez menos compromisos, lo cual «nos regala más tiempo para nosotros mismos. Nuestros nuevos compañeros se llaman recuerdos. Estos nuevos compañeros son episodios que vivimos, en los que participamos y en consecuencia nuestros recuerdos tienen un altísimo contenido de nosotros mismos». Profundo, me parece. Es una analogía de regresión a las diversas etapas que hemos tenido la fortuna de vivir.

Luego entonces, la palabra clave es recuerdos. Por consiguiente, cada uno de nosotros tenemos almacenados en nuestras cabezas una gran cantidad de ellos y que a la mínima provocación se disparan, haciéndonos sonreír gratamente, porque de alguna manera estamos volviendo a vivir esa situación. ¿Quién no se ha sentido rejuvenecido cuando tenemos la fortuna de hablar, personalmente o por teléfono, con un viejo amigo? Cabe señalar que la fórmula que sigo para compartir historias, después de iniciar el relato de alguna experiencia personal, es la de citar algún libro que he tenido la oportunidad de leer. En un seminario al que acudí hace ya un buen número de años, el expositor, muy ducho en temas de motivación y en la búsqueda de la excelencia, citó el libro de Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido, mismo que ni tardo ni perezoso adquirí, dejándome la enseñanza de que los recuerdos son la energía para continuar viviendo. Efectivamente, este filósofo austriaco de origen judío, sobreviviente del holocausto nazi, explica que los recuerdos «son una fuente de fortaleza interior: permiten mantener la dignidad y el sentido de vida incluso en medio del sufrimiento extremo».

Me pareció interesante realizar un ejercicio tipo encuesta, y aprovechando la disponibilidad de las tecnologías de información, lancé la pregunta a un centenar de personas –familiares y amigos–, a efecto de conocer su opinión acerca de lo que significan los recuerdos para ellos. Cabe señalar que la mayoría de mis contactos pertenecen a la categoría de los adultos mayores, con excepción de una docena de ellos, jóvenes pujantes, con el propósito de comerse al mundo a dentelladas y, en consecuencia, actúan con gran entusiasmo para el logro de sus respectivas metas.

Evidentemente no todos respondieron a mi consulta, como coloquialmente se dice: solamente los cuates, pero no deja de ser sorprendente la coincidencia de las respuestas, tanto de los de la vieja guardia con los de la nueva. Para muestra, basta un botón:

Con esta pequeña muestra, podríamos concluir, haciendo una paráfrasis de aquel viejo axioma matemático, que los recuerdos son más profundos en proporción directa a la edad de las personas; pero, es innegable, como se asienta en la siguiente reflexión redactada en un contexto de psicología o neurociencia aplicada, que «los recuerdos son mucho más que imágenes mentales del pasado: funcionan como puentes entre lo que fuimos y lo que seguimos siendo. Cuando evocamos un recuerdo, no solo traemos información, sino también emociones, significados y vínculos que nos reafirman en nuestra identidad».

Los recuerdos nos ayudan a «revivir», porque nos permiten recordar experiencias pasadas, quiénes somos, cómo hemos vivido y, sobre todo, cómo hemos cambiado. Asimismo, según la literatura consultada, «un recuerdo feliz puede despertar alegría, esperanza o ternura, incluso en momentos difíciles. Es como volver a sentir la chispa de aquel instante».

Finalmente, y eso es algo que todos hemos aprendido con el tiempo, los recuerdos compartidos con personas queridas refuerzan la sensación de pertenencia y comunidad. Nos hacen sentir acompañados, incluso si esas personas ya no están presentes. Por eso no es raro encontrar a otros viejitos, como el que esto escribe, platicando alegremente con otras personas, ya sean de su misma rodada o no. De acuerdo a una sabia metáfora, los recuerdos son como brasas en una fogata: aunque el fuego parezca apagado, basta con avivarlas para que la llama vuelva a encenderse. ¡Hasta la próxima! ♦

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