«Hasta los cobardes se volvían valientes con Villa a la cabeza»

• Testimonios de veteranos villistas del Archivo de la Palabra, corpus nombrado como Memoria del Mundo de México

En la memoria de sus soldados, Doroteo Arango, mejor conocido como Francisco Villa (1878-1923), fue un líder dicotómico, enérgico e, incluso, temible cuando se trataba de castigar a quienes lo traicionaban, pero a la vez valiente en el combate, afable en su conversación y bondadoso con el pueblo; aquel que repartía maíz, frijol y los víveres de su milicia en las comunidades asoladas por el fuego revolucionario, señaló el historiador Edgar Sáenz López.

«Entre los hombres del norte, Villa era alguien con quien lograban una rápida identificación, pues al igual que muchos de ellos había surgido del pueblo e, incluso, tenía un pasado como proscrito de la ley durante el porfiriato, debido a los años cuando fue un bandido dedicado al abigeato», dijo el profesor-investigador de la Dirección de Estudios Históricos del INAH.

«Tenía un jalón el hombre que dondequiera, al pueblo que llegara, inmediatamente se presentaban voluntarios», comentó el historiador tras leer una cita textual del teniente coronel Victorio de Anda Ramírez.

La despedida de Villa de sus soldados

«Sus soldados reconocían igualmente el arrojo que Villa demostraba en cada combate», dijo, para luego citar la opinión de otro de sus subordinados, Eduardo Ángeles: «Aunque fuera uno cobarde se volvía uno valiente, teniendo a la cabeza al general Villa. Yo me acuerdo de los momentos difíciles, por ejemplo, en Zacatecas, que fue una cruenta lucha […] Me incorporé a un grupo de la fusión de dos estados mayores: del general Villa y del general Ángeles. Lo veía yo tan imponente, cabalgando al galope, creo que era imposible no seguirle».

Los villistas, refirió Edgar Sáenz, reconocían en su general a un hombre de personalidad fuerte, respetuoso hacia el valor de la lealtad y, a la vez, enérgico cuando se trataba del caso contrario, es decir, la traición.

Tras sus derrotas en las batallas del Bajío, en 1915, muchos de los soldados de Villa volvieron a sus tierras o, simplemente, se enrolaron en otros cuerpos revolucionarios.

Tropas villistas. INAH, Colección Casasola

«Cuando Villa depuso las armas en 1920, sus soldados y ex soldados no percibieron este hecho como una derrota, sino como una salida honrosa para el hombre y para su movimiento», concluyó el historiador.

Al participar en el curso-taller «El villismo y su legado», a través de INAH TV, Edgar Sáenz retomó testimonios de veteranos villistas que se resguardan en el Archivo de la Palabra, un corpus de entrevistas formado entre 1960 y 1970, y que recientemente fue nombrado como Memoria del Mundo de México por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Si bien, precisó, en este acervo se resguardan testimonios de hombres y mujeres enrolados en diversas corrientes revolucionarias, desde maderistas hasta zapatistas, carrancistas u obregonistas, el énfasis de sus indagaciones estuvo en la óptica de los villistas en torno a su líder.

De acuerdo con ello, el historiador refirió que muchos de los hombres que se integraron a las fuerzas de Villa y llegaron a conformar la División del Norte, reconocen en el personaje a alguien que enarboló la legitimidad del maderismo. ♦

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