Iglesia de San Pedro Tláhuac, el mayor monumento con historia

• Guarda imágenes sagradas de los númenes creadores

Por Baruc Martínez Díaz | Revista Nosotros, Núm. 103 | Mayo de 2007

Primera de dos partes

Sin lugar a dudas el mayor monumento histórico en el pueblo de San Pedro Tláhuac lo constituye su parroquia, no sólo por su suntuosidad sino por representar el símbolo de unión entre las gentes nativas de esta comunidad. Es, por otro lado, punto de reunión para los festejos más tradicionales en esta región y sitio donde son guardadas las imágenes sagradas (imixiptlah) de los númenes creadores (teteoh) que propician el «buen tiempo» para un trabajo productivo.

Las presentes líneas tienen por objetivo verter lo más sobresaliente en la historia de este monumento histórico, tan importante para nuestro pueblo; en esta ocasión no se pretende un análisis exhaustivo sino, más bien, una explicación sencilla y breve sobre el mismo. Explicación que, desde luego, sea asequible para cualquier persona que desee tener un conocimiento más exacto de este inmueble religioso. Así pues, veamos qué nos dicen las fuentes históricas con respecto a la cuestión religiosa en Tláhuac.

Al concluir la conquista militar (1521), el nuevo orden y el mismo mecanismo de colonización y sometimiento, dieron inicio con la conquista más importante: la espiritual o ideológica, para tales fines se valieron de los frailes, quienes eran representantes de la tradición religiosa europea. Fue en el año de 1524 cuando arribaron a la apenas nombrada Nueva España los primeros doce religiosos: ellos pertenecían a la Orden de Predicadores de San Francisco, por lo cual fueron llamados franciscanos.

Dentro de esa orden venía fray Martín de Valencia, personaje que a la postre se convertiría en el evangelizador de los pueblos lacustres del sur de la Cuenca de Anáhuac, él mismo decidió emprender la tarea de evangelizar a los indígenas de la zona meridional de los lagos de agua dulce; al respecto, fray Toribio de Benavente Motolinía escribe: «En el primer año de la venida de los frailes (1524), el padre fray Martín de Valencia, de santa memoria, vino a México, y tomando un compañero que sabía un poco de la lengua, fuese a visitar los pueblos de la laguna del agua dulce, que apenas se sabía cuántos eran…»[1] De esta manera, fue como se empezó con la difusión de la religión católica por parte de este franciscano.

Fotografía de los años 50 del siglo pasado

Buen número de pueblos debió de haber visitado fray Martín de Valencia, empero, las crónicas antiguas nos señalan a Tláhuac o, como se le nombraba, Cuitlahuac, como el que más empeño puso para aprehender la nueva religión. Así el mismo Motolinía menciona que:

«Entre los pueblos ya dichos de la laguna dulce, el que más diligencia puso para llevar los frailes a que les enseñasen, y en ayuntar más gente; y en destruir, los templos del demonio, fue Cuitlauac, que es un pueblo fresco y todo cercado de agua, y de mucha gente; y tenía muchos templos del demonio, y todo él fundado sobre agua; por lo cual los españoles la primera vez que en él entraron le llamaron Venezuela»[2].

La razón para que se llevara a cabo este suceso histórico, fue la intervención de uno de los principales del gobierno indígena de Cuitlahuac Ticic, quien después de pedir que se le bautizase se le nombró don Francisco, creemos que en honor al santo patrono de estos religiosos: San Francisco de Asís. El actuar de este principal indígena ayudó, según las fuentes antiguas, a la incorporación de los cuitlahuacah, habitantes antiguos de Tláhuac, a la nueva fe católica. Pero la obra de este don Francisco no sólo quedó ahí, también se sabe que tuvo mucha afición en levantar templos en algunos pueblos aledaños y, desde luego, en su comunidad natal: Cuitlahuac Ticic.

Casa cural de la iglesia de San Pedro Tláhuac

«La vida y muerte de este buen indio fue gran edificación para todos los otros indios, mayormente los de aquel pueblo de Cuitlauac, en el cual edificaron iglesias; la principal advocación es de San Pedro, en la obra de la cual trabajó mucho aquel buen indio don Francisco. Es iglesia grande y de tres naves, hecha a la manera de España»[3].

Esta primera iglesia de Tláhuac debió ser muy sencilla; sin embargo, debe notarse que al ser ya de tres naves y a semejanza de las españolas, tuvo un significado peculiar. Es muy probable que los franciscanos concedieran gran importancia al pueblo indígena de Cuitlahuac Ticic pues, además, les resultó un sitio estratégico en su misión evangelizadora en las poblaciones circunvecinas. Sólo así podríamos entender el por qué fue hecha de tres naves y a semejanza de los templos de España, pues es bien sabido que debido a la escasez de recursos materiales, por un lado, y a la rapidez con la que debían actuar los frailes, por otro, no se construyeron suntuosos templos en una época tan temprana.

Frontispicio de la iglesia. Fotografía de la publicación original en Nosotros edición impresa y que le fue proporcionada al autor por la Coordinadora Nacional de Monumentos Históricos del INAH

La fecha de esta primera construcción tlahuacatl no la tenemos con certeza; sin embargo, siguiendo a George Kubler, podemos afirmar que fue edificada en el período comprendido entre 1529 y 1540, pues, fuera de la Ciudad de México, no se construyeron templos antes de la primera de estas fechas y Motolinía, quien registra su construcción, escribió en la segunda de ellas. En esta tesitura Kubler, acertadamente, comenta:

«Así, Motolinía nos dice que, poco después de la Conquista, un cacique indígena de Tláhuac (Cuitláhuac) dirigió la primera construcción de una iglesia de tres naves, ‘hecha a la manera de España’. La fecha exacta de la construcción no se conoce, pero Motolinía escribió hacia 1540, y nos relata que fuera de la capital no existieron iglesias anteriores a 1529. Las construcciones de este período no pudieron ser muy elaboradas, y la iglesia de Cuitláhuac debió haber sido de un carácter provisional, de madera y paja o de tierra apisonada»[4].

Con esto podemos derivar algunas consideraciones específicas: la primera iglesia que existió en Cuitlahuac Ticic fue construida por sus habitantes, dirigidos éstos por los padres franciscanos. Fue una construcción temporal, posiblemente de madera y paja, pero no por ello de espacio reducido pues fue de tres naves. Y, por último, su construcción se sitúa en el lapso de 1529 a 1540.

Ahora bien, los franciscanos detentaron por poco tiempo el poder religioso en el pueblo de Tláhuac, aproximadamente fueron 30 años los que se mantuvieron en este lugar. Para 1554, siguiendo a Kubler, los franciscanos deciden ceder el templo y, asimismo, el convento ya existente, a los religiosos de la Orden de Predicadores de Santo Domingo, mejor conocidos como dominicos[5].

La razón de esta cesión no la conocemos a ciencia cierta, empero, fray Agustín de Vetancurt afirma que se le concedieron a los dominicos todos los pueblos que se dedicaron a la pesca y de esta manera les facilitaran sus productos a los frailes; uno de estos pueblos pescadores fue Cuitlahuac Ticic. Así este religioso asienta: «A la Religión de N. P. Santo Domingo se le dieron las casas que pudieran tener más cercano el pescado, como S. Pedro Tláhuac, Cuyoacan, S. Agustín, y Amaquemecan, que las más tienen la cuerda de N. P. S. Francisco por orla, que dicen ser obra de sus hijos»[6].

Esto último acerca de la cuerda de San francisco evidencia el antiguo trabajo que en esos pueblos realizaron los franciscanos, no sólo en la cuestión espiritual sino también en la material, pues obra de estos últimos fue una parte del templo y convento que más tarde, como veremos, concluyeron los dominicos.

Fotografía tomada de la publicación original en la edición impresa de la Revista Nosotros y que le fue proporcionada al historiador Baruc Martínez Díaz por la Coordinadora Nacional de Monumentos Históricos del INAH

Otro de los religiosos que confirme que la iglesia construida por los franciscanos fue reformada y reedificada es fray Gerónimo de Mendieta; al hablar de la obra realizada por don Francisco menciona: «Y demás de otras iglesias que hizo edificar, fundó una de tres naves en la cabecera del pueblo a honra del bienaventurado S. Pedro, príncipe de los apóstoles, donde al presente residen religiosos de Santo Domingo en un muy principal monasterio»[7]. Con esto queda claro que la obra de los franciscanos fue continuada, a partir de 1554, por los dominicos.

Asimismo, hay que recalcar que la primera iglesia de Tláhuac, a pesar de su sencillez, debió de estar bien ornamentada: la participación de los indígenas nativos también tuvo su importancia, pues gracias a su colaboración se podía ir adornando el templo, esto se puede explicar en gran medida por la ya comentada obra de don Francisco, quien en su calidad de gobernador mostró el camino a seguir a los nativos tlahuacah. Así, para 1596, se registra que la iglesia de este pueblo se encontraba bellamente adornada con un artesón de gran valía que los indígenas habían construido con sus limosnas.

Fray Agustín Dávila Padilla refiere al respecto: «Han señalado mucho los indios de este pueblo en un famoso templo, todo cubierto de artesones dorados que han hecho con sus limosnas»[8]. Estos artesones o alfarjes, como también fueron llamados, eran una especie de recuadros de madera colocados en los techos de los templos y que por lo general se encontraban tallados y, como hemos visto, también dorados, es decir: recubiertos de oro. Don Manuel Toussaint, uno de los historiadores del arte más connotados, comenta que:

«Muchas iglesias levantadas en pueblos remotos tuvieron techos de alfarje como nos lo enseñan los cronistas. Así eran el de Ucareo de agustinos de Michoacán, y el de dominicos de Etla en Oaxaca. El de los padres agustinos de Mixquic (…); el de la iglesia de los dominicos en Copanabastla en Chiapas (…) y muchos otros cuya relación  sería minuciosa en exceso. (Sin embargo) No debemos dejar de mencionar dos: el de Tláhuac (…) y el que cubría el general de los actos de la Real y Pontificia Universidad de México»[9].

Iglesia de San Pedro Tláhuac. Fotografía subida a Printerest por Roberto Martínez

Así pues, el alfarje fue uno de los armamentos religiosos al cual se recurrió en la entonces Nueva España para los interiores de los templos. En el caso específico de Tláhuac, estamos hablando que para finales del siglo XVI, este recurso arquitectónico novohispano ya había sido usado en su templo dominico.

Con referencia específica al convento debemos señalar que éste fue obra de las dos órdenes de predicadores, tanto de los franciscanos como de los dominicos; no obstante, es indudable que la conclusión del mismo fue obra dominica, ya que, hasta nuestros días, se pueden observar en las cornisas exteriores los símbolos de esta orden religiosa, a saber: la flor de lis y la estrella de ocho picos, las cuales van intercalándose con las llaves, símbolo inequívoco de San Pedro, rector de esta parroquia. Con relación a esta construcción, George Kubler enfatiza:

«Cree el autor que las fachadas del claustro son trabajo franciscano y que el muro exterior que rodea el convento es dominico. Toda la pared exterior está sólidamente construida sobre una base de bloques de piedra de lava negra, muro de mampostería y cornisa con medallones con los símbolos dominicos. Este muro continúa hacia la torre de la capilla absidal. El estilo de las fachadas del claustro puede ser de un período anterior a 1554. Por otra parte, en los tímpanos del segundo piso el desgastado recubrimiento muestra los restos pictóricos de un cordón franciscano»[10].

Iglesia de San Pedro Tláhuac. Fotografía Tudu

Este convento debió concluirse hacia 1587, pues en esta fecha fray Alonso de Ponce visita Cuitlahuac Ticic y describe esta construcción como bien elaborada y hecha de cal y canto, que es como actualmente se encuentra. Antonio de Ciudad Real, quien registra la vida de aquel religioso, nos dice que en agosto de 1587 fray Alonso de Ponce:

«…llegó a decir misa temprano al mesmo pueblo de Cuitláuac, en el cual hay un buen convento de dominicos, donde le dieron de comer y le hicieron mucha caridad. Está aquel pueblo fundado en medio de la laguna, y solía ser tan grande, pero entonces tenía poca vecindad; el convento está bien edificado de cal y canto, y moraban en él dos religiosos»[11].

Como es de notarse en la cita anterior, ya para agosto de 1587 existía un convento bien edificado en Cuitlahuac Ticic y, además, en el que moraban dos religiosos que, por la fecha, debían pertenecer a la orden de San Domingo.

Como punto trascendental en el caso del convento dominico de Cuitlahuac Ticic, es importante decir que, para el siglo XVII, en el muro de las escaleras que llevaban del claustro bajo al alto, se encontraba dibujada una pintura que mostraba la extensión territorial que poseía el pueblo-cabecera de Tláhuac y, de igual forma, los pueblos que le eran sujetos a éste, a saber: Santiago Tzapotitlan, San Francisco Tetlalpan (hoy Tlaltenco) y Santa Catarina Cuauhtli Itlacuayan (hoy Yecahuizotl). En la misma pintura se anotaban los nombres de los cerros de la Sierra de Yecahuizotl, que también eran propiedad del gobierno indígena de nuestro pueblo. Una copia de ésta se encuentra en el Archivo General de la Nación de México y al reverso se menciona lo siguiente:

«Esta es una copia de la pintura que está enfrente de la escalera del convento de San Pedro Cuitlahuac que se cotejó con los mapas antiguos de los naturales de Santa Catalina como se refiere en la diligencia y aunque aquí se muestran los cerros con distinción no la tienen en la pintura original por estar gastada del tiempo. Del Sor. Oidor la mandó a poner por advertencia y la firmó en esta copia de otra pintura, fecho en el pueblo de Santa Catalina sujeto al de San Pedro Cuitlahuac jurisdicción de la provincia de Chalco»[12].

Para sostenerse, los religiosos del convento de Tláhuac poseían una extensión de tierra, que tal vez les fue proporcionada por el mismo gobierno indígena, la cual usufructuaban con ganado de diverso tipo; esta variante de la propiedad agrícola  era llamada estancia. Las estancias, en el período novohispano, fueron muy populares y, regularmente, se encontraban a cierta distancia del pueblo en donde residían sus poseedores; el uso que se les daba por lo regular era para la crianza de ganado y muchas veces por ello eran llamadas ranchos. La estancia, propiedad de los religiosos dominicos, se ubicaba en las faldas del cerro Cuitlaxochitl[13]. Hoy casi extinto por la ambición de un particular, y era llamada Tlaltzallan.

Portada del libro La iglesia de Tláhuac de Baruc Martínez Díaz con breve sinópsis publicada en el número 187 de la Revista Nosotros

Si bien poseemos más certeza con relación al convento dominico de Tláhuac y la fecha de su construcción, ello no ocurre en el caso de la definitiva iglesia de este pueblo y que es la que hasta hoy se puede observar en el centro histórico del mismo. Al respecto las fuentes históricas son más oscuras y pocas referencias podemos hallar en éstas; un trabajo en el Archivo General de la Nación nos proporcionaría más luces, empero, éste requeriría bastante tiempo y una solvencia económica con la cual no contamos por el momento. Por ello, en este escrito nos avocaremos con lo que las fuentes impresas nos puedan proporcionar. Así pues, veamos qué es lo que podemos decir con respecto a la actual iglesia de nuestro pueblo.

Todo parece indicar que la actual iglesia fue comenzada en la segunda mitad del siglo XVII, no obstante ello, el deseo de construirla es más antiguo, aunque, debido a problemas no dilucidados aún, se le postergó un buen número de años. El 15 de enero de 1592 los cuitlahuacah arrendaban la Ciénega de Tláhuac a una persona llamada José Dávalos Espinosa, el producto de este contrato, dictaba un documento colonial, se destinaría a la reconstrucción de la iglesia de esta comunidad; desde luego esto se refería a la iglesia de mampostería y no a la antigua de madera y paja[14].

No obstante el hecho anteriormente narrado, el 27 de junio de 1617, el gobernador y alcaldes de Cuitlahuac Ticic solicitaban al marqués de Guadalcazar que absolviera a los cuitlahuacah del servicio personal que otorgaban a la Ciudad de México, para que se avocasen a reparar su templo que ya estaba en muy malas condiciones:

«Por cuanto habiéndoseme hecho relación por Alonso Jimenes de Castilla, procurador de indios, por el gobernador, alcaldes y regimiento del pueblo de Cuitlahuac, que la iglesia de él que es uno de los templos mejores que hay en esta Nueva España está muy a punto de caerse con las muchas aguas que los años pasados ha habido, de manera que las vigas y tablazón de él están casi todas comidas sin tener ninguna fuerza y sería posible, estando oyendo misa, caerse alguna parte del dicho templo y matar algunos naturales sin tener remedio y para que tenga el que requiere tan (sic) peligro y riesgo, me pidió mandase se reserven los dichos naturales por tiempo de un año del servicio personal que dan al repartimiento de esta ciudad y asimismo del servicio de la piedra y cano(a)s de zacate que a ella traen»[15]. ♦


[1] Fray Toribio de Benavente Motolinía. El libro perdido. Edmundo O’Gorman (Dirección). Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. (Quinto Centenario) México, 1989, 638 pp., p. 198.

[2] Ibíd., p. 197. Las cursivas son del autor.

[3] Ibíd., p. 198. Lo destacado en cursivas es nuestro.

[4] George Kubler. Arquitectura mexicana del siglo XVI. Roberto de la Torre, Graciela de Garay y Miguel Ángel de Quevedo (tr), Fondo de Cultura Económica, México, 1983, 683 pp., p. 335.

[5] Ibíd., p. 584.

[6] Fray Agustín de Vetancurt. Teatro mexicano, descripción breve de los sucesos exemplares de la Nueva España en el Nuevo Mundo occidental de las Indias. José Porrúa Turanzas, 4 t (Chimalistac No. 10), tomo III, p. 72. El subrayado es nuestro. La modernización de la ortografía es nuestra. Madrid, 1961.

[7] Fray Gerónimo de Mendieta. Historia eclesiástica indiana. 2 Vol. Salvador Chávez HayHoe, t. 1, p. 109. Las cursivas son nuestras.

[8] Fray Agustín Dávila Padilla. Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de México de la orden de predicadores. Agustín Millares Carlo (Pról.), 3ª Edición, Academia Literaria, 654 p., (Grandes Crónicas Mexicanas, Núm. 1), p. 80. Hemos modernizado la ortografía. México, 1955.

[9] Manuel Toussaint. Arte mudéjar en América. Porrúa. CXI+143 p., p. 34. El subrayado es nuestro. México, 1946.

[10] Op. Cit. George Kubler, p. 585.

[11] Antonio de Ciudad Real. Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España. Relación breve y verdadera de algunas cosas de las muchas que sucedieron al padre fray Alonso de Ponce en las provincias de la Nueva España siendo comisario general de aquellas partes. Josefina García Quintana y Víctor M. Castillo Farreras (edición, estudio preliminar, apéndices, glosarios, mapas e índices), Jorge Gurría Lacroix (Pról.), 2 t, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas (Historiadores y cronistas de Indias No. 6), t. 2, p. 200, México, 1976.

[12] San Pedro Tláhuac, San Francisco Tetlalpa, Santa Catarina Cuauhtli Itlacuayan, Chalco, estado de México. Archivo General de la Nación, Centro de información Gráfica, Catálogo de Ilustraciones, número 1155. Procede de AGN, Tierras, Vol. 1631, Exp. 1. La modernización de la escritura es nuestra.

[13] Santiago Zapotitlán, San Francisco, Santa Catarina, Chalco, estado de México. Archivo General de la Nación, Centro de Información Gráfica, Catálogo de Ilustraciones, número 1154. Este documento procede, a su vez, del Ramo Tierras, Vol. 1631, Exp. 1

[14] Josefina García Quintana. Monografía histórica de Tláhuac, DF. Impresiones Gráficas Independencia. Tláhuac informa. 64 p. , p. 22, México, 1973.

[15] Silvio Zavala y María Castelo. Fuentes para la historia del trabajo en la Nueva España.8 Vol, Centro de Estudios Históricos del Movimiento Obrero Mexicano, Vol. 6, pp.293-294. México, 1980.

Portada del número 103 de la Revista Nosotros correspondiente al mes de mayo de 2007

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