Narradores (y no tanto) de la Península de Yucatán

Mayo 26, 2018.- Carlos Martín Briceño reúne en su antología de cuento contemporáneo de la península de Yucatán la narrativa vigente y en franco crecimiento, pero es notoria la falta de método para haber escogido los textos que presenta

Por Adán Echeverría*

«Si por cualquier evento vuelve a pisar las playas de esta península, será pasado por las armas inmediatamente». El jefe de provincia a Lorenzo de Zavala cuando éste arribó al puerto de Sisal, Yucatán, el 5 de diciembre de 1829.

Narraciones de 31 autores nacidos o, en algún momento, radicados, o quizá porque tienen en sus antepasados relación con la Península de Yucatán, han sido consideradas por el escritor Carlos Martín Briceño para formar un libro que ha denominado Sureste: Antología de cuento contemporáneo de la península. A no ser porque en la portada aparece la imagen de un mapa de 1858, en el que se aprecia la península yucateca, uno como lector no tendría muy claro a cuál de las penínsulas mexicanas hace referencia.

Carlos Martín Briceño** ha demostrado ser un excelente cuentista que últimamente ha comenzado a incursionar en la novela; en su labor como antólogo nos hace un acercamiento a la obra de 31 autores que han demostrado constancia en la disciplina del cuento, y selecciona lo que a su parecer forma un abanico de los temas y posibilidades que desde el sureste de México se presentan al mundo de las letras mexicanas, para evidenciar que en esa región del país, la creación narrativa se encuentra vigente y en franco crecimiento. Al menos de eso deja constancia en los comentarios iniciales del libro.

“Sureste. Antología de cuento contemporánea de la Península” --

Carlos Martín Briceño

Más allá de que uno de los 31 autores, Ramón Iván Suárez Caamal, presenta seis textos breves, a los que algo termina por faltarles para ser considerados minificciones, sobre los otros 30 autores el antologador presenta un solo texto. Pero es notoria la falta de método para haber escogido los textos que acá se presentan, y por ello sólo queda aceptar con el compilador, en que la selección de los mismos está basada en sus gustos, ante los cuales uno puede no coincidir. Hay textos que aparecen en la antología Litoral del relámpago, imágenes y ficciones (Ediciones Zur, 2002), publicada hace más de quince años, lo cual nos permite señalar: ¿Por qué tomar esos cuentos? ¿Acaso los autores no tienen material nuevo? ¿En 16 años no han aparecido nuevos narradores, nuevos cuentistas?

En la ficha de Fausta Gantús, que se incluye en el libro, se anota que publicó dos libros uno de cuentos en 1997 y un poemario de 1996, y como no se dice ni se cita de dónde ha sido tomado el cuento incluido (no se cita la procedencia de ninguno de los cuentos incluidos), uno se pregunta si, como en el caso de los textos tomados de Litoral del relámpago, ¿el cuento de esta autora data del año 1997?

Todos esos son detalles que debieron dejarse claros al realizar la antología. Así mismo vale la pena señalar que de los 31 autores compilados seis son no nacidos en la península, incluso dos de ellos nacieron en Cuba, pero viven en la península yucateca desde hace muchos años, y algunos como Beatriz Espejo, Hernán Lara Zavala y Héctor Aguilar Camín no han construido su carrera literaria en el Sureste de México, sino en el centro de la República. Reconociendo todo lo anterior es que nos metemos a la antología, con la idea de que el antologador apunta, para «compartir la aventura sin tiempo del cuento».

De los 31 autores incluidos son altamente recomendables tres cuentos: «Hombre al agua», de Carlos Farfán (Ciudad de México, 1973), un texto que se lee con rapidez, y es muy conmovedor; «Legítima existencia», de Fausta Gantús (Campeche, 1968) hermoso cuento, con una gran prosa, nos narra cómo una persona puede desaparecer poco a poco de la sociedad y desde el interior mismo de una familia, y «La última miseria», del reconocido maestro Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, 1941), que me hizo recordar la película argentina El secreto de sus ojos (2009).

También se pueden recomendar «El disco de mis hermanos», de Elvira Aguilar; «La noche que mataron a Pedro Pérez», de Héctor Aguilar Camín; «Acabando la fiesta», de Roberto Azcorra Cámara; «Tren de cuerda», de Manuel Calero; «Los aguacates», del cubano Raúl Ferrera-Balanquet; «En este oficio los errores salen caros». de Eduardo Huchín Sosa; «Flores para Natasha», del también cubano Agustín Labrada Aguilera, y los dos textos eróticos «Él», de la doctora Cristina Leirana, una deliciosa reflexión femenina, así como «La avidez», de Carolina Luna, una escena de película erótica muy bien narrada, que se agradece, pero que uno terminará por olvidar, ya que es semejante a miles de historias con el mismo tema. Hay que detenerse a paladear el cuento «Felis Bernandesii Panthera Onca», de Will Rodríguez, que igual aparece en la antología Nuevas voces de la narrativa mexicana, publicada en el año 2003.

Los demás textos antologados dejan mucho que desear: «Unidad 014», de Melba Alfaro, es apenas un divertimento, entretiene y ya, leamos el chisme en el camión, ¿y luego?; el texto «Las formas del apuro», de Reyna Echeverría, al igual que «El último vuelo», de Roger Metri, no son cuentos, ni siquiera relatos, quizá aspiren a prosa poética, mucho más el texto de Metri; al igual que ocurre con «Dormir en casa ajena», de Jorge Lara, que apenas esboza una emoción, tal cual se presenta en una prosa poética. Buenas prosas, interesantes, pero no son cuentos.

Dos textos que caen en el tremendismo: «Geometría fraternal», de Mauro Barea, y «Coco», de Rafael Ferrer Franco. El primero a pesar de mantenerte leyendo, tiene un tono falso. Terminas no creyendo que la chica tenga ese comportamiento, hable de esa forma, se comporte como lo hace, y eso me revela apenas una idea pornográfica del autor. Y esto porque apenas es la forma en que el autor pretende que la chica se comporte; es la voz del autor detrás de la chica que presenta como personaje, casi como si lo que él quisiera que una chica le dijera. Leemos entonces una fantasía sexual. Trata de una jovencita, de la que no se dice la edad, que bien puede ser de secundaria, de prepa, pero jamás de alguna licenciatura; además de viajar en camión, espera al hermano para volver juntos a casa, y dice: «Tenía tres años menos que tú y no era fea». Y luego apunta en la descripción de la escena: «Agarraste mi mochila asida a mis hombros y la jalaste al piso con toda tu fuerza (…) La falda se me corrió hacia las ingles y mostró parte de mi ropa interior. El poni Pinkie Pie asomó sonriente entre los pliegues de mi falda», lo que hace pensar que se trata de una chica de secundaria, tres años menor que el hermano, con el que vuelve a casa, y al que luego ella le dice: «Hazme lo que le haces a esas chicas. Tócame y hazme lo que les haces». Y luego añade: «Me quité de un tirón la blusa de la escuela», otra vez aludiendo al uniforme de una secundariana. «El sostén de flores asomó, cubriendo unos pechos tan maduros como los de cualquiera de tus mujeres retozonas». Evidenciando un lenguaje de película porno; como ocurre con esa idea estúpida que muchos hombres tienen del sexo entre mujeres, como si ser lesbiana fuera una actitud liberal para excitar a los hombres, o pensar que toda chica de secundaria es una «Lolita». Así se lee esta escena, y me imagino al autor creyendo ser erótico, y haciendo que la chica de su narración diga las cosas que él quisiera que toda mujer dijera, haciendo falso al personaje que intenta construir.

El texto «Coco» empieza interesante, y luego el autor hace hablar-pensar a su personaje, y de nuevo uno nota la candidez apuntada como tremendismo: «Dios, si nos creaste puros, ¿por qué dejas que el enemigo construya mi alma como un lego de pecados?» ¡Qué falso texto!, ¿quién habla así? «Lego de pecados», por favor. Eso denota la falta de oficio del escritor para hacer que sus personajes sean naturales, y si sólo nos enfocáramos en la historia, en la anécdota de un pastor que viola a su hija, tema ya demasiado recurrente, pero que no logra conmover, ni siquiera que uno le crea al autor ni a sus personajes. Baste leer Si te dicen que caí, de Juan Marsé; Historia del ojo, de Bataille, o quizá remontarnos algunos siglos para leer Meter el diablo en el infierno, de Boccaccio; o si nos queremos poner menos internacionales, releer de nuevo Estío, de Inés Arredondo, para poder comprender cuándo un texto erótico, cuando una violación, cuando una trasgresión social, cultural, sexual, puede atraparnos, y eso no se logra con el «tremendismo».

Los textos de Beatriz Espejo y Hernán Lara Zavala están metidos con calzador. El de Espejo quizá porque el cuento se llama «Progreso», uno termina leyéndolo por pura disciplina, y se queda con el: ¡Hay que lindo el personaje, a pesar de ser rico, se porta bien con el pueblo yucateco! Como si algo así quisieran que uno diga al leer el texto. ¡Por dios! El de Lara Zavala es aún peor, un texto que hubiese preferido jamás leer, simple, tonto, sin sentido; ¡ah!, pero que se sitúa en Francia; vaya pues, quizá esa fue la razón de que esté, o para contar a los lectores, sí, los padres de Hernán Lara nacieron en la península y por ello él está unido a esta región. ¿En serio? ¿Y la literatura tiene la culpa? ¿Y por ello tenemos que meterlo en un libro sobre cuentistas de la península?, cuando no es un escritor peninsular, cuando su texto no trata un tema de personajes peninsulares, y más aún cuando ese texto ni siquiera es un cuento, pero sí es un texto innecesario.

Con todo, uno siempre termina aprendiendo algo de cada lectura.

Leer a los autores de Sureste confirma en mí varias cosas: me quedo con los ensayos de Beatriz Espejo, a la obra de Hernán Lara Zavala le daré alguna lectura más, por disciplina, pues lo acá publicado no habla bien de su trabajo; Héctor Aguilar Camín, Agustín Monsreal siguen siendo los excelentes cuentistas que hemos conocido desde hace años, cada cosa que les he leído me ha agradado. Qué ganas de leer más cuentos de Roberto Azcorra Cámara, de Raúl Ferrera-Balanquet, de Carolina Luna, de Cristina Leirana, de Fausta Gantús. He descubierto a Carlos Farfán, y quiero leer más de su trabajo literario. Mauro Barea tiene una excelente prosa, seguro tiene cuentos donde no se les escapa la voz a su personaje, hay que leerlo más. Y uno lamenta que en una antología de cuento contemporáneo de la península yucateca sigan sin aparecer Daniel Ferrera, Jhonny Euán, Javier Paredes Chí, Gema Cerón, Violeta Azcona, Gerardo Hoy, Patricia Garfias, María Jesús Méndez, Melbin Cervantes, narradores jóvenes con un gran talento para el cuento, que llevan lo menos cinco años picando piedra, apareciendo en revistas, en lecturas, leyendo y trabajando en construir su literatura. Esperemos que pronto, lectores, académicos, escritores, editores, comiencen a reconocerlos. ♦

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*Doctor en Ciencias Marinas. Escritor y Editor. @Adanhombreave https://uabc.academia.edu/AdánEcheverría

**Martín Briceño, Carlos (antólogo). 2017. Sureste. Antología de cuento contemporáneo de la península. Editorial Ficticia y Universidad Politécnica de Quintana Roo. 255 pp.

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